sábado, 15 de febrero de 2014

6º Domingo Tiempo Ordinario. Se dijo a los antepasados... pero yo les digo

"Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos...". Para el judaísmo contemporáneo a Jesús, el hombre justo era aquel que ajustaba su vida a la Ley.
En esta parte del sermón, Jesús dice, que no vino a cambiar nada de la Ley sino a darle perfección. Pero también dice que hace falta un tipo de justicia, es decir, un modo de ajustarse a la Ley, mayor que el de los escribas y fariseos. ¿En qué sentido? Jesús no habla del formalismo de la Ley ni de agregar nuevos preceptos. Lo que él quiere es una interiorización de la Ley. Un cumplimiento externo es algo muy pobre, es lo mínimo. Para Jesús no alcanza con decir "yo no maté a nadie"; la justicia mayor está en amar y perdonar. Esto es para Jesús el modo de perfección de la Ley: se hace más radical, porque abarca no sólo los actos externo sino también la intención del corazón.
Padre Dios, me uno a todos tus hijos para alabarte y darte gracias porque, por medio de Jesús, nos enseñaste el espíritu de la ley, que se fundamenta en el amor y en la sinceridad
 

sábado, 1 de febrero de 2014

4º Domingo Tiempo Ordinario. La Presentación del Señor


La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad.
Las palabras que en este encuentro afloran a los labios del anciano Simeón —"mis ojos han visto la salvación" (Lc 2, 30)—, encuentran eco en el corazón de la profetisa Ana. Estas personas justas y piadosas, envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús "el consuelo de Israel" (Lc 2, 25). Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia.
Queridos hermanos y hermanas, como cirios encendidos irradiad siempre y en todo lugar el amor de Cristo, luz del mundo. María santísima, la Mujer consagrada, os ayude a vivir plenamente vuestra especial vocación y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo. Amén