sábado, 29 de marzo de 2014

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA


El Evangelio de este domingo nos muestra el episodio de la curación del ciego de nacimiento. Es una narración extensa, llena de matices, que ilustran de forma elocuente algunos aspectos fundamentales del camino cuaresmal.

Un primer elemento a considerar es que Jesús toma la iniciativa. No espera a que aquel hombre le solicite la curación. Le basta contemplar su situación de sufrimiento para salir a su encuentro. El drama de aquel hombre es que no puede ver. Pero el culmen del relato nos mostrará que la luz que Cristo lleva a sus ojos no es sólo la que estimula de nuevo sus secas pupilas, sino la que le hace descubrir un nuevo horizonte, para él insospechado, con los ojos de la fe: Creo, Señor.

El modo de la curación y el proceso en el que introduce al ciego de nacimiento es hermoso e interpelante a la vez. Cuando se aproxima a él, realiza un gesto poco habitual en otros relatos de curaciones. Hace barro con su saliva y se lo unta en los ojos. ¿Qué significado puede tener este primer gesto de Jesús? El que la mano de Jesús tome barro en sus manos evoca el momento de la creación: las manos de Dios toman tierra del paraíso y moldean al hombre y a la mujer. Estamos ante un hecho que va a significar una nueva creación. ¿Para quién? Para aquel ciego que al abrir los ojos tomará conciencia de que Jesús todo lo hace nuevo.

Pero ¿cómo se consuma esa novedad? Aquí aparece un segundo detalle que es bueno no olvidar. Jesús le pide que lave sus ojos en la piscina de Siloé. Y él lo hace. El lavado de aquellos ojos preanuncia, una vez más, la importancia del Bautismo para el creyente y lo que esto significa. El Bautismo nos introduce en un orden nuevo, en una vida nueva. Desde el principio se ha entendido así en la vida de la Iglesia. Por eso se explica, con especial unción, a los que van ser bautizados en la noche santa de la resurrección del Señor.

A la vez se convierte, en este camino cuaresmal, en un reto para todos los que ya fuimos bautizados en su momento y, como al ciego, una nueva luz alumbró nuestro camino. El Bautismo nos introduce en una vida nueva en la que Cristo incide de un modo muy especial. Es la luz nueva que quiebra nuestra ceguera y nos hace descubrir que su presencia no es una mera anécdota o un suceso sin importancia, sino un acontecimiento que determina nuestra presencia en el mundo y nuestra relación con Dios y los hermanos. El Señor está: ¡ya nada puede ser igual!

Aquel hombre lo descubre pronto. Su nueva situación molesta. Es lo que ocurre, también hoy, cuando proclamamos con convicción que Cristo vive y que está en medio del mundo, en especial, encarnado en los que sufren. Pero a él ya no le importa. Le marginan, le expulsan del templo, le excluyen, pero él se proclama seguidor de Cristo: Creo, Señor.

Hoy, son muchas nuestras cegueras. Nos impiden ver más allá de lo inmediato e impiden que nuestro corazón descubra de verdad lo que significa el hecho de que Cristo sea, también para nosotros, un acontecimiento. En esta Cuaresma te animo a que dejes atrás tus cegueras. Deja que el Señor unte tus ojos de barro nuevo para que la noche de la Pascua tu corazón se llene de una luz renovadora.

Carlos Escribano Subías
Obispo de Teruel y Albarracín

domingo, 23 de marzo de 2014

TERCER DOMINGO DE CUARESMA


"Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed" (Jn. 4, 15). La petición de la samaritana a Jesús manifiesta, en su significado más profundo, la necesidad insaciable y el deseo inagotable del hombre. Efectivamente, cada uno de los hombres digno de este nombre se da cuenta inevitablemente de una incapacidad congénita para responder al deseo de verdad, de bien y de belleza que brota de lo profundo de su ser. El hombre tiene necesidad de Otro; vive, lo sepa o no, en espera de Otro, que redima su innata incapacidad de saciar las esperas y esperanzas.
¿Cómo podrá encontrarse con Él? Para este encuentro resolutivo es condición indispensable que el hombre tome conciencia de la sed existencial que lo aflige y de su impotencia radical para apagar su ardor. El camino para llegar a esta toma de conciencia es, para el hombre de hoy como para el de todos los tiempos, la reflexión sobre la propia existencia.
¿Cómo definir esta experiencia humana profunda que indica al hombre el camino de la auténtica comprensión de sí mismo? Es el cotejo continuo entre el yo y su destino. La verdadera experiencia humana tiene lugar solamente en la apertura genuina a la realidad.
¿Cuáles son las características de tal experiencia, gracias a la cual el hombre puede afrontar con decisión y seriedad la tarea del "conócete a ti mismo", sin perderse a lo largo del camino de esa búsqueda? Dos son las condiciones fundamentales que debe respetar.
Ante todo, deberá aceptar apasionadamente el complejo de exigencias, necesidades y deseos que caracterizan su yo. En segundo lugar, debe abrirse a un encuentro objetivo con toda la realidad.
¡Qué difícil resulta para el hombre en el mundo de hoy arribar a la playa segura de la experiencia genuina de sí, en la que puede entrever el verdadero sentido de su destino! Está continuamente asechado por el riesgo de ceder a los errores de perspectiva que, haciéndole olvidar su naturaleza de "ser" hecho a imagen de Dios, le dejan luego en la más desoladora de las desesperaciones o, lo que es peor aún, en el cinismo más inexpugnable.
A la luz de estas reflexiones, qué liberadora aparece la frase que pronuncio la samaritana: "Señor..., dame de esa agua para que no sienta más sed"... Realmente vale para todo hombre, más aún, mirándolo bien, es una profunda descripción de su misma naturaleza.
En efecto, el hombre que afronta seriamente sus problemas y observa con ojos limpios su experiencia según los criterios que hemos expuesto, se descubre más o menos conscientemente como un ser a la vez lleno de necesidades, para las que no sabe encontrar respuesta, y traspasado por un deseo, por una sed de realización de sí mismo, que no es capaz él solo de satisfacer.
El hombre se descubre así colocado por su misma naturaleza en actitud de espera de Otro que complete su deficiencia. En todo momento impregna su existencia una inquietud, como sugiere Agustín al comienzo de sus Confesiones: "Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (Confesiones 1, 1).
Cristo es quien lo salva. Sólo Él puede sacarlo de esta situación en que se encuentra, colmando la sed existencial que le atormenta.
Juan Pablo II


 
 
 
 

sábado, 15 de marzo de 2014

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


Jesús invitó a su Transfiguración a Pedro Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don. Ésta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.
Los personajes que hablaban con Jesús son: Moisés y Elías.
Moisés, fue el que recibió la Ley de Dios. Representa a la Ley.
Elías, es el padre de los profetas. Representa los profetas.
Ellos dan testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.
Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.
De la nube que los envuelve sale la voz del padre que dice "Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle" la invitación a escuchar a su hijo significa seguirlo. Escuchar y poner en practica su palabra es simentar nuestra casa sobre roca y no sobre arena.
¿Qué nos enseña este acontecimiento?
-Nos enseña a seguir adelante aquí en la tierra aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento por alcanzarlo.
-A entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días.
-A entender que el sufrimiento, cuando se ofrece a Dios, se convierte en sacrificio y así, éste tiene el poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres.
-A valorar la oración, ya que Jesús constantemente oraba con el Padre.
-A vivir el mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.
 
 

sábado, 8 de marzo de 2014

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Jesús nos muestra los medios para vencer al enemigo:


“Vigilad y orad para no caer en la tentación” Mt 26, 4.
Lo primero que nos muestra Cristo es que la tentación no tiene nada de malo en sí misma. Hay una diferencia grandísima entre sentir la tentación y aceptar la tentación. Podemos sentir todas las tentaciones del mundo, pero si no las aceptamos no hay problema. Además, si las rechazamos por amor a Dios, la tentación se convierte en un momento valiosísimo. Podemos demostrarle que le preferimos a Él antes que a nosotros mismos.
Jesús vence las tentaciones del demonio porque prefería vivir la voluntad del Padre antes que la suya, porque buscaba la gloria del Padre sobre la suya, porque ponía los planes de Dios antes que los suyos.



 

sábado, 1 de marzo de 2014

8º Domingo Tiempo Ordinario.


Seguramente hay muchas cosas que nos inquietan en el día a día: las urgencias económicas, los problemas que resolver y las necesidades por cubrir. Jesús nos lleva a la experiencia profunda y pacífica de un Dios que, como un padre y una madre, conoce nuestras necesidades y provee lo necesario para nuestra vida. Jesús quiere que vivamos libres de la inquietud y la preocupación. Que nos ocupemos de las cosas mientras nuestra vida está entregada, serenamente, en las manos de Dios que vela por nuestros asuntos.