TRES CONSEJOS DEL PAPA
FRANCISCO PARA LA CUARESMA: ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA
«La característica de
la cuaresma, de este tiempo de gracia, es la conversión del corazón.
Estamos invitados a emprender un camino en el que, desafiando la
rutina, nos esforcemos por abrir los ojos y los oídos, pero sobre
todo, a abrir el corazón, para ir más allá de nuestra “pequeña
huerta”. Abrirnos a Dios y a los hermanos.
Es un itinerario que
comprende la cruz y la renuncia. El Evangelio indica los elementos de
este camino espiritual: la oración, el ayuno y la limosna (Cfr. Mt
6,1-6.16-18). Los tres comportan la necesidad de no dejarse dominar
por las cosas que aparecen: lo que cuenta no es la apariencia; el
valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del
éxito, sino de cuanto tenemos dentro.
1- El primer elemento es
la oración. La oración es la fuerza del cristiano y de cada persona
creyente. En la debilidad y en la fragilidad de nuestra vida,
nosotros podemos dirigirnos a Dios con confianza de hijos y entrar en
comunión con Él. Ante tantas heridas que nos hacen mal y que nos
podrían endurecer el corazón, estamos llamados a zambullirnos en el
mar de la oración, que es el mar del amor ilimitado de Dios, para
gustar su ternura.
La Cuaresma es tiempo de
oración, de una oración más intensa, más tiempo de oración, más
asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los
hermanos, oración de intercesión, para interceder ante Dios por
tantas situaciones de pobreza y de sufrimiento.
2- El ayuno. Debemos
estar atentos a no hacer un ayuno formal, o que en verdad nos “sacia”
porque nos hace sentir tranquilos. El ayuno tiene sentido si
verdaderamente hace mella nuestra seguridad, y si de él se deriva un
beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen
Samaritano, que se inclina sobre el hermano en dificultad y se hace
cargo de él.
El ayuno comporta la
elección de una vida sobria en su estilo, que no derrocha, una vida
que no “descarta”. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón a lo
esencial y al compartir. Es un signo de toma de conciencia y de
responsabilidad frente a las injusticias, a los atropellos,
especialmente con respecto a los pobres y a los pequeños, y es signo
de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia.
3- La limosna: indica la
gratuidad, porque en la limosna se da a alguien de quien no se espera
recibir algo a cambio. La gratuidad debería ser una de las
características del cristiano, que, consciente de haber recibido
todo de Dios gratuitamente, es decir sin ningún mérito, aprende a
dar a los demás gratuitamente. Hoy con frecuencia la gratuidad no
forma parte de la vida cotidiana, donde todo se vende y se compra. La
limosna nos ayuda a vivir la gratuidad del don, que es libertad de la
obsesión de la posesión, del miedo de perder lo que se tiene, de la
tristeza de quien no quiere compartir con los demás el propio
bienestar.
Con sus invitaciones a
la conversión, la Cuaresma viene providencialmente a despertarnos, a
despabilarnos del entumecimiento, del riesgo de ir adelante por
inercia. La exhortación que el Señor nos dirige por medio del
profeta Joel es fuerte y clara: “Vuelvan a mí de todo corazón”
(Jl 2, 12).
¿Por qué debemos
volver a Dios? ¡Porque algo no va bien en nosotros, en la sociedad,
en la Iglesia y tenemos necesidad de cambiar, de dar un cambio, y
esto se llama tener necesidad de convertirnos!
Dios es fiel, es siempre
fiel, porque no puede renegar de sí mismo, porque es fiel y sigue
siendo rico de bondad y de misericordia, y está siempre dispuesto a
perdonar y volver a comenzar de nuevo. ¡Con esta confianza filial,
pongámonos en camino!».