Clara abandona el hogar familiar
el Domingo de Ramos, después de haber recibido de manos del obispo Guido la
palma, figura de la pascua que realizará esa misma noche entre las manos de
Francisco.
En la noche oscura, Clara sale de
su casa teniendo por toda luz las antorchas que los hermanos de Francisco
tenían en la mano. Son ellos los que deben conducirla a Nuestra Señora de los
Ángeles (o Porciúncula), primera iglesia restaurada por Francisco. Allí la
espera y le cortará los cabellos, ritual y signo de la consagración al
Señor.
A continuación, Clara, despojada
de sus joyas y de sus bellas galas que llevaba en ese Domingo de Ramos, viste
el hábito de penitencia. Inmediatamente, Francisco la conduce a un monasterio
de benedictinas, San Pablo de Bastia, para que se inicie allí en la vida
religiosa.
Es entonces cuando todo comienza
para Clara. Su familia, conocida la fuga, sale en su búsqueda. Clara tuvo que
sufrir los asaltos de los suyos, que no aprobaban su decisión de vivir
pobremente, sin ningún medio de subsistencia. Ella quería esperar de la
Providencia todo lo que necesitara para sobrevivir. A los ojos del mundo,
corría el peligro de carecer de lo necesario lo que jamás ocurrió. La familia
de Clara, tras comprobar su irrevocable decisión y la señal manifiesta de su
don al Señor, la abandonó a su elección de vida.
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