En aquel tiempo, fue
Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el
que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios
quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús,
salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él. y vino una voz del
cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»
Las palabras de Dios
Padre que escuchó Jesús son el secreto de su modo de vida. La
certeza de saberse amado de Dios es la fuente de la que brota la
confianza, el abandono, la fuerza, la obediencia, la entrega total.
El ardor, el gozo, el
testimonio en la vivencia cristiana dependen de tener o no la
convicción creyente de ser, como Jesús, amados por Dios, sostenidos
por Él. Quienes fuimos bautizados, hemos recibido el don precioso
de la filiación divina adoptiva, y desde esta conciencia nos debería
acompañar el gozo desbordante por sabernos amados en el Hijo amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario