LA PRESENTACIÓN DE JESÚS
EN EL TEMPLO
Fiesta: 2 de Febrero
Según la Ley de Moisés,
el primer hijo en nacer, el primogénito, le pertenecía a Dios.
Hoy 2 de febrero se
cumplen los 40 días, contando desde el 25 de diciembre, fecha en la
que celebramos el nacimiento de Jesús.
Homilía del Padre
Francisco para la Jornada de la Vida Consagrada 2014
La fiesta de la
Presentación de Jesús en el templo es llamada también fiesta del
encuentro: en la liturgia, se dice al inicio que Jesús va al
encuentro de su pueblo, es el encuentro entre Jesús y su pueblo;
cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén,
tuvo lugar el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado
por los dos ancianos Simeón y Ana.
Ese fue un encuentro en
el seno de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y
los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién
nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que
frecuentaban siempre el Templo.
Observemos lo que el
evangelista Lucas nos dice de ellos, cómo les describe. De la Virgen
y san José repite cuatro veces que querían cumplir lo que estaba
prescrito por la Ley del Señor (cf. Lc 2, 22.23.24.27). Se entiende,
casi se percibe, que los padres de Jesús tienen la alegría de
observar los preceptos de Dios, sí, la alegría de caminar en la Ley
del Señor. Son dos recién casados, apenas han tenido a su niño, y
están totalmente animados por el deseo de realizar lo que está
prescrito. Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse bien,
¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría. Es lo que dice
el Salmo: «Mi alegría es el camino de tus preceptos… Tu ley será
mi delicia (119, 14.77).
¿Y qué dice san Lucas
de los ancianos? Destaca más de una vez que eran conducidos por el
Espíritu Santo. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso,
que aguardaba el consuelo de Israel, y que «el Espíritu Santo
estaba con él» (2, 25); dice que «el Espíritu Santo le había
revelado» que antes de morir vería al Cristo, al Mesías (v. 26); y
por último que fue al Templo «impulsado por el Espíritu» (v. 27).
De Ana dice luego que era una «profetisa» (v. 36), es decir,
inspirada por Dios; y que estaba siempre en el Templo «sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones» (v. 37). En definitiva, estos dos
ancianos están llenos de vida. Están llenos de vida porque están
animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a
sus peticiones…
He aquí el encuentro
entre la Sagrada Familia y estos dos representantes del pueblo santo
de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve a todos, quien
atrae a unos y a otros al Templo, que es la casa de su Padre.
Es un encuentro entre los
jóvenes llenos de alegría al cumplir la Ley del Señor y los
ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu Santo. Es un
singular encuentro entre observancia y profecía, donde los jóvenes
son los observantes y los ancianos son los proféticos. En realidad,
si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el
Espíritu mismo, y la profecía se mueve por la senda trazada por la
Ley. ¿Quién está más lleno del Espíritu Santo que María? ¿Quién
es más dócil que ella a su acción?
A la luz de esta escena
evangélica miremos a la vida consagrada como un encuentro con
Cristo: es Él quien viene a nosotros, traído por María y José, y
somos nosotros quienes vamos hacia Él, conducidos por el Espíritu
Santo. Pero en el centro está Él. Él lo mueve todo, Él nos atrae
al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarle, reconocerle,
acogerle y abrazarle.
Jesús viene a nuestro
encuentro en la Iglesia a través del carisma fundacional de un
Instituto: ¡es hermoso pensar así nuestra vocación! Nuestro
encuentro con Cristo tomó su forma en la Iglesia mediante el carisma
de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto siempre nos asombra y
nos lleva a dar gracias.
Y también en la vida
consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos,
entre observancia y profecía. No lo veamos como dos realidades
contrarias. Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a ambas, y
el signo de ello es la alegría: la alegría de observar, de caminar
en la regla de vida; y la alegría de ser conducidos por el Espíritu,
nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que
habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte.
Hace bien a los ancianos
comunicar la sabiduría a los jóvenes; y hace bien a los jóvenes
recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría, y llevarlo
adelante, no para custodiarlo en un museo, sino para llevarlo
adelante afrontando los desafíos que la vida nos presenta, llevarlo
adelante por el bien de las respectivas familias religiosas y de toda
la Iglesia.
Que la gracia de este
misterio, el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en
nuestro camino. Amén.
Papa Francisco
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