“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo…”.
Con fórmula solemne y penetrante anuncia el Señor su muerte y
resurrección. Muerte que no es fruto del azar, ni del destino, sino
cumplimiento de la misión que el Padre le ha encomendado. Resurrección
que es también ascensión. Aquí el evangelista evoca todo el misterio
pascual, su etapa dolorosa y sombría y su etapa gloriosa y luminosa.
Contemplamos este momento decisivo en el Corazón de Jesús que “tomó la decisión de ir a Jerusalén”.
El Señor toma esta decisión muy deliberada, libre de condicionamientos;
quiere cumplir hasta el fin su misión, va a Jerusalén a entregar su
vida en señal de amor al Padre y a todos nosotros. Nadie como Él se ha
encarado tan libremente ante la muerte.
Hemos de aprender de Jesús a tomar
decisiones importantes en nuestra vida; tomémoslas con el Señor,
ayudados de su luz y de su gracia.
“Envió mensajeros por
delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle
alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén”.
Los judíos consideraban cismáticos a los samaritanos, porque éstos no
daban culto a Dios en el templo de Jerusalén, sino en el que ellos
habían construido en el monte Garizím. Los samaritanos se sentían
despreciados por los judíos y por eso no los recibían cuando pasaban por
su tierra.
Jesús no evita pasar por esta tierra, no
es amigo de racismos, su amor es universal. El ha venido para que todos
tengan vida abundante y conozcan al Padre.
“Al ver esto, Santiago y
Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos
bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Santiago y
Juan son discípulos de genio vivo y violento, han tomado de Jesús el
poder y no la misericordia, piden el fuego del cielo para los que no
comprenden ni aceptan al Maestro; comidos por el celo de Dios estaban
decididos a imponer las cosas a sangre y fuego; se sienten casi dueños
de la fuerza de Dios y están dispuestos a usarla para lo que Dios no la
usaría jamás: para la venganza personal. No se preocupan de que haya
proporcionalidad entre el castigo y la falta cometida, tampoco se
plantean el problema de su conversión personal. Todavía no habían
comprendido mucho del mensaje de Jesús.
“Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea”.
Jesús nos manifiesta una vez más la verdadera imagen de Dios.
Contemplamos al Señor, sencillo, pacífico, paciente, humilde… Cristo,
aun conociendo la tendencia humana a juzgar y condenar al prójimo, aun
sabiendo de la intolerancia de sus discípulos que quieren que baje el
fuego de la cólera divina sobre los que no piensan como ellos, acepta
con paciencia a los suyos, los ama, sabe respetar sus ritmos de
crecimiento, los plazos en el conocimiento de la verdad, aguanta sus
deficiencias, sabiendo también que pueden ser transformados por su amor.
Ahora aparecen tres casos de vocación.
El primero es el hombre mismo el que se presenta, toma la iniciativa y le propone a Jesús: “Te seguiré adonde vayas”.
Este hombre se cree seguro, fuerte, generoso. Jesús le advierte que
para seguirle no basta el entusiasmo. Seguir al Señor tiene sus
dificultades: “El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús
le habla de pobreza, de participar en su destino trágico, de estar
dispuesto a ser rechazado como Él lo fue. Seguir a Jesús en no tener
seguridades, porque Él es nuestra seguridad.
En el segundo y en el tercer caso es Jesús el que invita a seguirle. “A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. La respuesta de Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos…”,
es inverosímil. Dar sepultura a los muertos es un acto natural en todas
las civilizaciones, y una obligación sagrada, es una obra de
misericordia. Esta respuesta de Jesús nos indica que Dios siempre ha de
ser el primero en todo, que seguirle a Él está en un orden distinto al
terreno. El discípulo sólo tiene una cosa que hacer: “anunciar el Reino de Dios”, ante esto todo lo demás es relativo. Anunciar a Jesucristo no admite demora alguna.
“Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. El
que quiera seguir a Jesús tendrá que poner en segundo plano todos los
lazos familiares y afectivos. Para seguir a Jesús no sirve ni el que se
entretiene en despedirse de sus familiares. Jesús es verdaderamente un
hombre de carácter que sabe bien lo que quiere y está dispuesto a
cumplir la voluntad del Padre sin vacilaciones. Su vida es un sí tajante
a su vocación; por eso exigirá a los suyos: “El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
Pidamos al Señor que conceda este temple a los que Él llama a consagrar toda la vida en su servicio.
Mons. Rafael Escudero López-Brea