Jesús
era recibido con frecuencia en la casa de Marta y de María. Allí enseñó
a preferir sobre todas las cosas la escucha de su Palabra y la amistosa
cercanía a su Persona.
«Sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra». La actitud de María resume perfectamente la postura de todo discípulo de Jesús. «A los pies del Señor»,
es decir, humildemente, en obediencia, en sometimiento amoroso a
Cristo, consciente de que Él es el Señor; no como quien toma apuntes
para preparar sus propias palabras, sino como quien se deja instruir
dócilmente, más aún, se deja modelar por la Palabra de Cristo. Y ello en
atención permanente al Maestro, en una escucha amorosa y continua,
pendiente de sus labios, como quien vive de «toda palabra que sale de la boca de Dios».
«Sólo una cosa es necesaria».
Son palabras para todos, no las dijo Jesús sólo para las monjas de
clausura. Y, si sólo una cosa es necesaria, quiere decir que las demás
no lo son. Pero, por desgracia, ¡nos enredamos en tantas cosas que nos
hacen olvidarnos de la única necesaria y nos tienen inquietos y
nerviosos! Y lo peor es que, como en el caso de Marta, muchas veces se
trata de cosas buenas. Las palabras de Jesús sugieren que nada debe
inquietarnos ni distraernos de su presencia y que, en medio de las
tareas que Dios mismo nos encomienda, hemos de permanecer a sus pies,
atentos a Él y pendientes de su palabra.
Esta
actitud de María, la hermana de Marta, se realiza admirablemente en la
otra María, la Madre de Jesús. Ella es la perfecta discípula de Jesús,
siempre pendiente de los labios de su Maestro, totalmente dócil a su
palabra, flechada hacia lo único necesario.
El
primer mandamiento de Dios es amarle sobre todas las cosas. Él es el
único importante. Este es el mandamiento más combatido actualmente en
una sociedad que quiere implantar el agnosticismo y el laicismo: pensar,
actuar y legislar como si Dios no existiera.
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