sábado, 27 de enero de 2018

IV SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO. «JESÚS LO INCREPÓ: «CÁLLATE Y SAL DE ÉL.»

Una vez más, el evangelio muestra que Jesús enseña por medio de gestos y palabras. Su acción sanadora es un signo de su poder divino, y en él se abre camino la soberanía de Dios. La sanación de un hombre poseído por un espíritu inmundo confirma ese poder.
Los rabinos consideraban que la sinagoga era el lugar privilegiado para reflexionar sobre la Palabra de Dios.
Afirmaban que un buen maestro tenía autoridad si se destacaba por sus enseñanzas, las que debía fundamentar con citas de autores antiguos, ya que la “tradición” era garantía de veracidad.
Jesús, en cambio, no se apoyaba en lo que decían o hacían otros. Tampoco poseía un título que avalara lo que enseñaba, sino que dijo: “Han oído que se dijo, pero yo les digo”. Su doctrina era nueva porque, al mismo tiempo que enseñaba, liberaba. Esta era la diferencia con la enseñanza de los doctores de la Ley. Jesús, cuando sanó al endemoniado, lo interpeló, lo puso en el centro de la atención y lo dignificó como persona.Los “demonios” eran identificados como potencias espirituales o fuerzas maléficas que poseían a las personas y les provocaban enfermedades: mudez, crisis epilépticas, locura o cuadros de pánico. Por eso, en los evangelios los posesos no son descritos como hombres moralmente malos, sino más bien como víctimas indefensas, sin voluntad propia.
En la sociedad, encontramos que hay personas atribuladas que no pueden ser felices porque alguien o algo se los impide. Sabemos que los espíritus inmundos actuales son, entre otros, la violencia bélica, el terrorismo, la inmoralidad sexual, las injusticias sociales... Somos conscientes de estas circunstancias, pero, en la mayoría de las ocasiones, nos ponemos bajo el alero de ese espíritu inmundo porque no queremos sanar, y le cerramos la puerta a Dios.
P. Fredy Peña Tobar, ssP

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