La primera condición para «remar mar adentro» requiere cultivar un profundo espíritu de oración, alimentado por la escucha diaria de la Palabra de Dios.
La auténtica vida cristiana se mide por la hondura en la oración, arte
que se aprende humildemente «de los mismos labios del divino Maestro»,
implorando casi, «como los primeros discípulos: “¡Señor, enséñanos a
orar!” (Lucas 11, 1).
La orante unión con Cristo nos ayuda a descubrir su presencia incluso en
momentos de aparente desilusión, cuando la fatiga parece inútil, como
les sucedía a los mismos apóstoles que después de haber faenado toda la
noche exclamaron: «Maestro, no hemos pescado nada» (Lucas 5, 5).
Frecuentemente en momentos así es cuando hay que abrir el corazón a la
onda de la gracia y dejar que la palabra del Redentor actúe con toda su
fuerza: «Duc in altum!» (Cf. «Novo millennio ineunte», 38).
Queridos hermanos y hermanas, confiad en Él, escuchad sus enseñanzas,
mirad su rostro, perseverad en la escucha de su Palabra. Dejad que sea
Él quien oriente vuestras búsquedas y aspiraciones, vuestros ideales y
los anhelos de vuestro corazón.
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