“Ustedes son la sal de la tierra”.
Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar
gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo,
todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido
"sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo ( Rm. 6, 4). La sal
por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente
hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado,
haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su
llamada para "que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa,
agradable a Dios" (Rm. 12, 1).
“Ustedes son la luz del mundo”.
Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para
nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la
plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser
humano.
La luz de la cual Jesús nos habla
en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el
corazón y a dar claridad a la inteligencia: "Pues el mismo Dios que dijo:
'De las tinieblas brille la luz', ha hecho brillar la luz en nuestros
corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la
faz de Cristo" (2 Co 4, 6). Por eso adquieren un relieve especial las
palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: "Yo soy la luz
del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz
de la vida" (Jn 8, 12).
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