La primera parte del
texto de hoy corresponde a la parábola de la semilla que crece de
día y de noche. Subraya el contraste entre la venida del Reino de
Dios, simbolizada en la semilla sembrada y la impotencia del labrador
para hacerla germinar y crecer. El Reino es la semilla que crece por
sí misma sin que el campesino sepa cómo.
Se afirma la prioridad
absoluta de Dios, frente a la cual no tiene sentido pensar que su
Reino depende de la actividad humana, o que se rige según los
criterios mundanos que regulan las relaciones de producción. El
cristiano sabe que, después de ponerlo que está de su parte para
colaborar en el crecimiento del Reino, ha de abandonarlo todo en
manos de Dios que hace mucho más que lo que nosotros podemos
realizar. En este sentido es famosa la frase atribuida a S. Ignacio:
«Pon de tu parte como si todo dependiera de ti y no de Dios, pero
confía como si todo dependiera de Dios y no de ti».
Se podría decir también:
«Confía en Dios sin olvidarte jamás de hacer todo lo que puedas
por ti mismo; trabaja sin olvidar jamás que,en definitiva, todo
depende solamente de la gracia de Dios» (H. Rahner). Este
pensamiento corresponde a lo que el mismo Jesús dice en el evangelio
de Lucas: Cuando hayan hecho lo que se les había mandado digan:
Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que debíamos hacer (Lc
17,10).
Dejarle el resultado
final a Dios, después de haber obrado con firmeza y perseverancia,
mantenerse fiel en el buen propósito, aunque muchas veces no sea
posible conocer los resultados, creer con confianza absoluta en el
poder de Dios que obra muy por encima de lo que nuestras débiles
fuerzas pueden lograr, este es el modo de andar en la vida como Jesús
nos enseña. En nuestro esfuerzo diario por encarnar en nosotros
mismos, en nuestra familia y en la sociedad los valores del
evangelio, la actitud de responsabilidad que va unida a la confianza
nos libra de todo voluntarismo ingenuo y de la angustia que se siente
por creer que el éxito depende únicamente de nuestra propia
capacidad. Dios es quien hace germinar y crecer y fructificar la
semilla que el hombre siembra.
En un mundo que exacerba
el sentido de la propia eficacia y del éxito personal, es muy fácil
caer en el cansancio y en el desaliento. Se vive para el trabajo y la
producción, y otras realidades de la vida humana, como la atención
de la familia y el cultivo de nuestra vida espiritual, pierden valor
y se descuidan. El resultado tantas veces comprobado es la
incomunicación, la falta del sentido de lo gratuito, es decir, de
aquellas cosas cuyo valor no es económico pero que son
imprescindibles para poder mantener unas relaciones verdaderamente
humanas con los demás, con nuestro propio interior y con Dios. No
hay tiempo para nada, porque no se valora ese tiempo “perdido”
que es la dedicación al hogar, el simple estar a gusto con las
personas queridas, la expresión del afecto y, en el plano religioso,
la oración, la meditación, la lectura de la Biblia, el silencio
interior y exterior. Incluso para todo cristiano maduro que orienta
su vida profesional a la construcción de un país más humano y
dichoso para todos, es una necesidad el recordar que no siempre sus
esfuerzos obtendrán el éxito esperado y que el Reino de Dios es
mucho más que una construcción humana, razón por la cual hay que
mantener la confianza en el Padre y no olvidar nunca que Dios es
siempre más.
La segunda parte del
texto es la parábola del granito de mostaza, símbolo del Reino en
acción. Como la semilla de mostaza, el Reino tiene apariencia casi
insignificante, casi invisible, y hay que discernir para reconocerlo.
Actúa en la historia como actuó Jesús: en pobreza, sin poder
religioso ni político. Su conocimiento está reservado a los
pequeños y sencillos.
La parábola hace pensar
en Cristo, grano caído en tierra, Dios que se abaja para asumir
nuestra condición humana y se revela haciéndose un Niño que nace
en un pesebre. Hay aquí una invitación a entrar por los caminos de
Dios, por la lógica del Reino: según la cual, el mayor es quien se
ha hecho el más pequeño de todos (Lc 9,48; 22,26 ss.). La parábola
nos libra de todo delirio de grandeza.
¡Hola hermanas Clarisas! disculpe que les haga una consulta por esta vía y no más bien un comentario respecto a la lectura del evangelio. Yo quería preguntarles si la madre Isabel Hernández Llontop sigue siendo la abadesa del convento de las clarisas de Lima y además cuál es el nombre religioso que tiene dentro del convento. Me gustaría saberlo para enviarle una invitación física de mi ordenación diaconal...muchas gracias, se despide su sobrino jesuita: Aníbal. (Escribo desde Urcos, provincia de quispicanchi-Cuzco)
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