En el Evangelio, el Señor
nos pide varias veces no tener miedo y, muchas otras, ser alegres y
felices. Esto no se trata de una doctrina que aprender, sino una
sabiduría divina para vivir, que requiere cambiar los criterios
de vida de quien no conoce a Dios como Padre, como único
Señor a quien servir y amar.Pensar, decidir y sentir que
nuestro úni-co tesoro es el Papá del cielo, significa que
todo lo demás es secundario y no merece que le dediquemos
la vida. Nos impone una escala de valores materiales, de las
relaciones humanas, de búsqueda de bienes espirituales...
Hoy Jesús nos define
como un feliz y pequeño rebaño al que el Padre del cielo le
ha dado el Reino. Podemos pensar que, como a Adán, Dios nos ha
concedido este paraíso que es la tierra y nos ha dejado la
administración total de todos los habitantes, los animales y
la naturaleza.
Como dice la parábola, todo está en nuestras manos.
Lamentablemente, creemos que no somos responsables de haber
ensuciado este paraíso casi por completo, las relaciones humanas no
son buenas y hay guerras y muerte.
Incluso, somos capaces
de destruir nuestro paraíso antes de que el Señor vuelva. Dios es
el gran ausente de su creación, y, si bien esto nos
duele, es la garantía de nuestra libertad. Si Dios estuviera
gestionando este mundo, le temeríamos como a un gran jefe
infalible e implacable y no lo amaríamos como a un padre.
Generalmente, pensamos que el regreso del Padre será como el fin
del mundo, entonces lo asociamos con el miedo. Jesús, en
cambio, nos enseña a esperarlo con alegría, porque, cuando llegue y
nos encuentre administrando bien este paraíso y viviendo como
hermanos, no nos sentará en el banquillo del juicio, sino en la mesa
del banquete y será él mismo quien nos sirva. Dios no se muestra
como el dueño de este mundo, que vuelve a pedirnos cuenta y al que
tenemos que servir. Él nos pone a nosotros mismos en el sitio del
dueño y él es el que nos sirve. Así es Dios Padre. A este Dios es
al que quiero servir todos los días y las noches de mi vida, y a
nadie más.
P. Aderico Dolzani, SSP.
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