En los evangelios
encontramos dos formas de oraciones dirigidas a Jesús: unos
demandan la sanación de sus dolencias físicas, suplican
piedad por las situaciones dolorosas, perdón de los pecados, y
otros piden que les aumente la fe. Todos los sufrimientos que
anidan en nuestro corazón y los misterios pueden formar parte
de estos dos modos de orar.
Sin fe no hay vida
posible. Nos humanizamos si confiamos totalmente en otras
personas, comenzando por nuestra madre. Esa es la fuerza que nos
mantiene vivos y que, cuando falta, abre ante nosotros un abismo de
muerte. Jesús responde a sus discípulos que les bastaría con
una fe del tamaño minúsculo de una semilla de mostaza para
realizar milagros extraordinarios. No es cuestión de cantidad,
sino de calidad.
La fe de los seguros,
de los que se sienten ya salvados y protegidos manifiesta
que son los más necesitados de conversión para dejar que Dios
guíe sus vidas y no ellos la voluntad de Dios.
Quien tiene fe se
abandona en los brazos de Dios como un bebé en los de su
mamá y de su papá. Es el único lugar del universo donde un
niño se encuentra seguro. El amor de un bebé es
inmensurable. Sin sus padres es una criatura indefensa. Con sus
padres lo puede todo. Cuando tenemos esperanza podemos contemplar
los mares llenos de árboles...
Más allá de la
metáfora, es alentador ver que los misioneros perseveran en
lugares imposibles, cuando los cristianos perseguidos dan la vida,
cuando las religiosas cuidan a los que el mundo rechaza
como deshechos, cuando los muros del odio caen, cuando el amor no se
rinde, aun cuando en años no se observan resultados. Porque no es el
éxito lo que importa, sino el amor con que se hace. Somos siervos
inútiles, también cuando vemos resultados, porque la obra es
de Dios y no nuestra.
P. Aderico Dolzani,SSP
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