DIOS SE HACE HOMBRE PARA
QUE EL HOMBRE PUEDA HACERSE DIOS
Vayamos
a Belén a ver lo que ha sucedido
Este
año la Custodia de Tierra Santa ha celebrado los 800 años de su
fundación. La Orden de los Hermanos menores no podía ignorar este
acontecimiento que la abrió a la misión. Quise estar presente, con
el Vicario general en medio de los hermanos, porque el mensaje de
Tierra Santa interpela a todo hermano menor hoy. El Verbo de Dios
puso su tienda en medio de los hombres y se hizo hijo del hombre para
habituar al hombre a comprender a Dios y para habituar a Dios a poner
su morada en el hombre según la voluntad del Padre. En Belén Dios
ha tomado un rostro humano.
Verbum
abbreviatum
San
Francisco pedía a los hermanos predicadores usar la brevedad de
palabra (Rb 9,4). El motivo es este: porque palabra abreviada hizo el
Señor. En los tiempos pasados Dios habló muchas veces y de varias
maneras por medio de los profetas. Su palabra se prolongó por
siglos. Ahora en cambio habla por medio del Hijo, que es su palabra
breve. Esta palabra se hace carne en Jesús y resume en sí toda la
revelación: Dios es amor. Escribe un monje cisterciense, Guerrico de
Igny: “Él es la palabra condensada, de tal modo que en ella se
encuentra el cumplimiento de toda palabra que en sí se cumple y
sintetiza el plan de Dios. No debemos admirarnos si la Palabra ha
resumido para nosotros todas las palabras proféticas, viendo que ha
querido “abreviar” y de alguna manera empequeñecerse a sí
misma”. También para Francisco los hermanos menores deben anunciar
la palabra de Dios encarnada, el Verbum abbreviatum. A ese
empequeñecerse de la palabra de Dios corresponde el hacerse pequeño
de Francisco y de sus hermanos: el estilo del anuncio franciscano
será el de hacerse menores, es decir, más pequeños, como el Verbum
abbreviatum.
La
Encarnación de Cristo incluso aunque Adán no hubiera pecado
Duns
Escoto, discípulo de Francisco a diferencia de muchos pensadores
cristianos de su tiempo, defendió la idea de que el Hijo de Dios se
habría hecho hombre incluso si la humanidad no hubiera pecado.
“Pensar que Dios hubiese renunciado a tal obra si Adán no hubiera
pecado, -escribe Duns Escoto- ¡sería totalmente irrazonable! Digo
por tanto que la caída no fue la causa de la predestinación de
Cristo, y que –aunque nadie hubiera caído, ni ángel ni hombre-
en esta hipótesis Cristo habría sido predestinado de todos modos”
(Reportata Parisiensia, en III Sent., d. 7, 4). Para Duns Escoto, un
teólogo optimista, la encarnación del Hijo de Dios es la
culminación de la creación. Esta concepción cambia nuestro modo de
mirar toda la creación, que es elevada por Dios a su propia altura.
Pensemos qué consecuencias tiene esta visión sobre la sensibilidad
ecológica y sobre la consideración del ambiente, como cambia la
mirada sobre el mundo y sobre las relaciones sociales, en una
perspectiva que nuestro Papa Francisco llama “ecología integral”.
Nacido
en Belén, tierra de paradojas
Belén
era la tierra de Rut. En los campos de Booz, Rut iba a recoger las
espigas que dejaban caer los segadores: ella atrajo la atención del
patrón, que se enamoró de ella y la tomó por esposa a pesar de ser
una moabita, una extranjera. Del amor de ambos nació Obed, que fue
el padre de Jesé, el cual fue a su vez padre del rey David. En la
genealogía del Rey David y del hijo de David hay una extranjera,
Rut, la moabita. El profeta Miqueas había predicho que el Mesías
nacería en el humilde poblado de Belén y el profeta Isaías que
nacería de una virgen (en la versión de los LXX Parthenos) de la
estirpe de David y por ella sería llamado Emmanuel, Dios con
nosotros.
En
los campos de Booz donde Rut espigaba, donde David pastoreaba su
rebaño, el profeta Samuel vino a consagrar al rey de Israel. Allí
los pastores de Belén que pasaban la noche al descampado para hacer
la guardia a las ovejas, recibieron el alegre anuncio del nacimiento
de Cristo: “Hoy ha nacido para ustedes un Salvador”.
El
emperador Augusto mandaba en el mundo con todo su poder, y ordenaba
un censo, mientras el Hijo de Dios no solo nacía como todos los
humanos, en la fragilidad y en la debilidad, pero nacía como hijo
desconocido, en la pobreza de una gruta de Belén. El ángel que
llevaba la buena noticia no apareció en los palacios del Herodium a
los grandes de este mundo, sino a los pastores despreciados por los
grandes.
El
escándalo de la encarnación de Dios
Las
profecías habían preanunciado y aclamado al Mesías, precisamente a
su nacimiento, como “niño sobre cuyos hombros está el poder,
cuyo Nombre es Consejero admirable, Dios poderoso, Padre por siempre,
Príncipe de la paz”; y en cambio ese niño apareció débil,
nacido como incógnito. Una mujer encinta daba a luz un hijo en una
gruta. De modo que nadie se dio cuenta, no lo sabía ninguno de los
que contaban. María, la madre, después del parto lo envolvió en
pañales y lo depositó en un pesebre.
Un
nacimiento como muchos, y sin embargo era el nacimiento de un hombre
que sólo Dios podía producir, un hombre que era la forma misma de
Dios (Fil 2,6), un hombre que era la Palabra de Dios hecha carne.
Desde aquel momento Dios no sólo estaba presente en medio de
nosotros, sino que era uno de nosotros, humanidad de nuestra
humanidad, hermano de todo ser humano.
He
ahí el misterio que celebramos en Navidad: el altísimo se hizo
bajísimo, el Eterno se ha hecho mortal, el Omnipotente se ha hecho
débil, el Santo se ha hecho solidario con los pecadores, el
Invisible se ha hecho visible. Dios se hizo hombre en Jesús, el hijo
de María. Este acontecimiento ha producido la crisis de toda
relación en la cual Dios es Dios y el hombre es un hombre, porque la
trascendencia los separaba. Con la Navidad la humanidad está en Dios
y Dios está en la humanidad, y ya no es posible decir y pensar a
Dios sin decir y pensar en el hombre. Ese niño desde su nacimiento
hasta su muerte manifestará a Dios con su vida, sus palabras, su
comportamiento, con su cuerpo ofrecido y entregado en manos de los
malhechores.
Después
de san Bernardo, Francisco insistía sobre la humanidad de Jesús y
su encarnación. Este es un elemento esencial del carisma
franciscano. Después de este nacimiento del Dios-hombre, está
primero el hombre y no el sábado, existe primero el hombre y no la
ley, antes que adorar a Dios en Jerusalén, se lo adora en Espíritu
y en verdad.
De
esta revelación se hacen ministros los ángeles, primero el ángel
que se apareció a los pastores, luego los ejércitos de ángeles
–los 70 ángeles de las naciones, según Orígenes- que alaban a
Dios y reconocen su gloria. Precisamente estos pastores, considerados
los últimos de la sociedad de Israel, porque en el desierto no
observaban las leyes de pureza, eran los primeros destinatarios del
Evangelio. A ellos el ángel del Señor les anuncia la buena noticia
del hoy de Dios.
Dios
se hace hombre par que el hombre pueda hacerse Dios
El
hombre está llamado a ser divinizado, a ser transfigurado, a
reencontrar su vestido de luz. A descubrir en la simplicidad de un
recién nacido envuelto en pañales al Hijo de Dios: esta realidad
humilde debe hacernos abrir los ojos.
Esta
es nuestra fe humanísima: en la pobreza de Belén la vida se ha
manifestado y fueron los pobres quienes la acogieron. Una expresión
atribuida a los padres de la Iglesia decía: “Has visto a tu
hermano, has visto a Dios”. Porque ya Dios se ve, se encuentra, se
reconoce, se ama, se adora en el hombre y en la mujer que encontramos
todos los días. La divinización se vuelve posible cuando todo
cristiano se acerca al mesa del pan eucarístico y Belén para él se
vuelve la “casa del pan” (esta es la etimología hebrea de
Betlehem”).
La
tierra ha dado su fruto
Navidad
significa que Cristo quiere nacer en el corazón de los creyentes.
Ángel Silesio, un místico de los Países Bajos, hacía notar:
“Nacería Cristo mil veces en Belén, si no nace en ti, estás
perdido eternamente”. Un cisterciense medieval añade: “Cristo
todavía no ha nacido del todo. Nace cada vez que un hombre se hace
cristiano”.
Francisco
de Asís comenta en su primera Admonición: “cada día él se
humilla (Fil 2,8), como cuando de sus sedes regias (Sb 18,15)
descendió al seno de la Virgen; cada día viene a nosotros en
humildes apariencias; cada día desciende del seno del Padre (Jn
1,18; 6,38) sobre el altar en las manos del sacerdote”. Cristo nace
sobre el altar cada vez que el sacerdote celebra la eucaristía.
Francisco
pone en paralelo la Navidad y la eucaristía, tanto que en Greccio,
donde él reproduce la gruta de Belén, él no quiere estatuas, sino
la celebración de la eucaristía en el pesebre, porque el Señor
allí “viene a nosotros en humildes apariencias”. Recordémoslo,
hermanos, cuando participemos en la misa de la noche de Navidad, y
reconozcamos la venida del Señor.
La
luz brilla en nuestras tinieblas
Ignacio
de Antioquía explica a los cristianos de Éfeso el símbolo de la
luz que brilla en nuestras tinieblas: “Una estrella brilló en el
cielo más brillante que todas las demás, su esplendor era
indescriptible y su novedad hizo pasmar. Y hubo una gran turbación:
de dónde vendría esta nueva estrella tan diferente de las demás.
Desde este día fue borrada toda magia, fue destrozada toda cadena de
perversidad, se disipó la ignorancia, el antiguo reino de Satanás
se derrumbó, porque Dios apareció en forma de hombre, para realizar
el orden nuevo que es la vida eterna”.
Hoy,
en el mundo globalizado en el cual vivimos, ser hijo de la luz exige
una gran valentía y quizás nos sintamos tentados por el desaliento.
Pero su luz continúa brillando, mansa y silenciosa. Hoy en el mundo
líquido que es el nuestro, estamos invitados a reencontrar la roca
de la Palabra de Dios que se encarnó en Jesús. Él nos ofrece un
apoyo firme y seguro, que da fuerza y paz a nuestra vida.
La
primavera árabe había encendido un poco de esperanza en Oriente,
esperanza que fue rápidamente desengañada. Navidad, que nos habla
de una luz que surge, de una estrella que brilla en el cielo, nos
permite recomenzar a esperar. Navidad, en la sociedad de consumo, nos
habla del Verbo que se hace pequeño, que escoge para sí la
sobriedad y la pequeñez, y nos recuerda que la felicidad no está en
el poseer o en el expandirse, sino en hacerse pequeños para servir a
los hermanos. Navidad hace renacer la esperanza cristiana y destierra
el miedo al futuro.
“Demos
gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo,
porque en su misericordia ha tenido misericordia de nosotros y
mientras estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho
revivir con Cristo para que fuéramos en él criaturas nuevas, nuevas
obras de sus manos” escribía León Magno.
Feliz
Navidad, que el Hijo de la Virgen María llene de gozo sus corazones.
Roma,
29 de noviembre de 2017
Solemnidad
de todos los Santos franciscanos
Fraternalmente,
Fr.
Michael A. Perry, OFM
Ministro
general e Siervo
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