Al
tiempo de Adviento podemos simbolizarlo con una mujer embarazada:
todo su ser se va transformando en función de la esperanza, a causa
del pequeño que va gestándose en su vientre, y la alegría del
entorno familiar por ese nuevo ser que palpita y va a nacer.
Como discípulos de Jesús, en este tiempo, nos preparamos
para celebrar su nacimiento y, con la misma ilusión, renovamos la
expectativa de su segunda venida.
Jesús
compara la situación de los discípulos con unos criados a
quienes su señor, antes de partir, les confía todo cuanto tiene,
sin saber cuándo regresará. Sucede que, a veces, tenemos la
sensación de sentirnos solos, como si Dios no estuviera presente,
pero no nos damos cuenta de que él nos ha dejado su Palabra y nos
ha dicho cómo debemos comportarnos para hacer buen uso de sus
bienes. Es cierto que hay momentos en que nos invade una sensación
de que a Dios, para bien o para mal, no le preocupa este mundo.
Este
aparente ocultamiento de Dios nos puede llevar a juzgar que él no
nos ama.Como creyentes,
confiamos
en que el Señor volverá, aunque nos cuesta perseverar en la
espera. Sería más fácil dar rienda suelta a todo cuanto se nos
ocurre sin sentir ningún tipo de culpa. Pero Jesús nos invita a
estar vigilantes, para no permanecer en una actitud de espera pasiva
y para empeñarnos aún más en nuestras concretas acciones de
responsabilidad, custodiando los bienes que Dios nos ha
confiado.
Testimoniar
la acción y la presencia de Dios es la mejor actitud vigilante del
creyente Aunque es posible que nos “desanimen” y eludamos
los compromisos cuando vemos la victoria de la injusticia y
la muerte, siempre podemos acercarnos confiados a Jesús, gozosos y
en vigilante espera, cuyas palabras y acciones nos cautivan.
P.
Fredy Peña Tobar, ssP
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