Juan
Bautista anticipa la venida del Señor, no la de cualquier
profeta. Con su bautismo, prepara a las personas para la
aceptación de aquella novedad de Dios en la historia: Jesús.
Así invita a considerar una nueva manera de relacionarse con
Dios y la necesaria conversión que esto trae. Con frecuencia, los
seres humanos tendemos a alejarnos de Dios y preferimos
aferrarnos a las personas o las cosas, más que colocarlo en el
centro de nuestro corazón. Focalizamos nuestras expectativas de
vida, intereses y esperanzas en afectos desmedidos que, a la
postre, nos traen desilusión y tristeza.
Cuando
Juan llama a la conversión, nos interpela: “¿Quién es tu
Dios? ¿Qué es lo que ocupa el centro de tu vida?”. La
conversión nos redirige a Dios y nos muestra que, aceptando el
bautismo como expresión de transformación, hay espacio para
la misericordia. ¡Este es el gran grito del Adviento! Si
alguien está en tinieblas y en sombras de muerte, si alguien
ha perdido la amistad con Dios y no sabe cómo volver a él,
este es el tiempo de regresar. Esta es la hora para dejar que Jesús
entre y habite en nuestro corazón, para vivir como él vivió.Juan
Bautista pudo encaminar a muchos a la conversión y el bautismo,
pero, sobre todo, para que acepten a Aquel que él les anunciaba.
Solo el Padre Dios y su Hijo pueden comunicarnos su Espíritu.
El Espíritu que da
Jesús nos hace testigos de lo que significa vivir en comunión
con Dios.
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