Juan Bautista presenta
a Jesús como el “Cordero de Dios” para invitar a todo aquel que
desea conocerlo. No lo muestra revestido de poder ni de gloria
deslumbrante y cegadora; por el contrario, la imagen lo representa
inocente, dócil, desprovisto de poder. El testimonio de Juan
les sirve a sus discípulos para hacerse una idea de quién es
Jesús; sin embargo, lo que les abrirá el deseo de
seguirlo e imitarlo es el encuentro personal con el Maestro.
Hoy vemos que muchos
“siguen” a Jesús, pero son pocos los que se comprometen con el
discipulado. Por eso, la pregunta que les formula el Señor
a estos hombres es sobre lo que buscan. En la misma
dirección, en algún momento de su vida, cada creyente se ha
cuestionado: “¿Qué busco al seguir a Jesús?”. Si sólo
lo busca por curiosidad, interés intelectual o simplemente para
rebatir lo que dijo o hizo, seguramente, se alcanzarán respuestas de
todo tipo. Pero no resolverá la cuestión de fondo: qué
significa encontrarse con ese Alguien.
Los discípulos de
Juan no están interesados en “teorías” sobre Jesús ni
en especulaciones sobre su enseñanza, sino que buscan entablar
un lazo de intimidad y permanecer con él. A la hora de hacer el
balance de su opción, tanto Andrés como Simón sintieron
que valió la pena ir hacia Jesús y conocer cómo vivía.
Aquella fue una
oportunidad para superar la temporalidad, el tedio, la rutina,
incluso el sufrimiento que desarticulaba toda esperanza, pero
también una instancia esencial para tomar decisiones acertadas.
En los tiempos que
vivimos, por muchas razones, ese encuentro personal con Cristo puede
perder su fuerza y vigor. No permitamos que suceda así, pues
solo la renovación de ese “permanecer” con Cristo, el primer
amor, nos lleva a mostrar a Jesús para que otros se salven.
P. Fredy Peña Tobar,
ssP
No hay comentarios:
Publicar un comentario