«El evangelio de hoy nos
presenta a Jesús durante la Última Cena en cuando sabe que la
muerte está ya cerca. Ha llegado su hora. Por la última vez Él
está con sus discípulos, y entonces quiere imprimir bien en su
mente una verdad fundamental: también cuando Él no estará más
físicamente en medio de ellos, los apóstoles podrán quedarse aún
unidos a Él de un modo nuevo, y así traer mucho fruto. Y todos
podemos estar unidos a Jesús en un modo nuevo. ¿Y cómo es este
modo nuevo?
Por el contrario si uno
perdiera la comunión con Él, se volvería estéril, o peor, dañino
para la comunidad. ¿Cuál es el modo nuevo?
Y para expresar esta
realidad, Jesús usa la imagen de la vid y de los sarmientos. Y dice
así: “Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en
la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid,
ustedes los sarmientos”.
Y con esta figura nos
enseña cómo quedarnos en Él, aunque no esté físicamente
presente. Jesús es la vid y a través de Él --como la linfa en el
árbol-- hace llegar a los sarmientos el amor mismo de Dios, el
Espíritu Santo. Es así: nosotros somos los sarmientos, y a través
de esta parábola, Jesús nos quiere hacer entender la importancia de
estar unidos con Él.
Los sarmientos no son
autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, en la cual
se encuentra el manantial de la vida de ellos. Así es para nosotros
los cristianos. Insertados con el bautismo en Cristo, hemos recibido
de Él gratuitamente el don de la vida nueva y podemos quedarnos en
comunión vital con Cristo.
Es necesario mantenerse
fieles al bautismo y crecer en la intimidad con el Señor mediante la
oración, la escucha y la docilidad a su palabra, la participación a
los sacramentos, especialmente la eucaristía y la reconciliación.
Si uno está íntimamente
unido a Jesús, se beneficia de los dones del Espíritu Santo que
--como dice San Pablo-- son 'amor, alegría, paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí'. (Gal
5,22). Y estos son los dones que nos vienen si permanecemos unidos a
Jesús. Y como consecuencia una persona que así unida hace tanto
bien al prójimo y a la sociedad, es una persona cristiana. De estas
actitudes, de hecho se reconoce que uno es cristiano, como de los
frutos se reconoce el árbol.
Los frutos de esta unión
con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es transformada por
la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y
también el cuerpo, porque nosotros somos una unidad de espíritu y
cuerpo.
Recibimos un nuevo modo
de ser, la vida de Cristo se vuelve también la nuestra: podemos
pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los
ojos de Jesús. Como consecuencia, podemos amar a nuestros hermanos,
a partir de los más pobres y sufridores, como él lo ha hecho, y
amarlos con su corazón y llevar así al mundo frutos de bondad, de
caridad y de paz.
Cada uno de nosotros es
un sarmiento de la única vid, y todos juntos estamos llamados a
llevar los frutos de este pertenencia común a Cristo y a su Iglesia.
Confiémonos a la
intercesión de la Virgen María, para que podamos ser sarmientos
vivos en la Iglesia y dar testimonio de manera coherente de nuestra
fe, coherencia de vida y de pensamiento, de vida y de fe; conscientes
de que todos, de acuerdo a nuestra vocación particular, participamos
a la única misión salvadora de Jesucristo, el Señor».