El Evangelio de este
domingo nos muestra el episodio de la curación del ciego de
nacimiento. Es una narración extensa, llena de matices, que ilustran
de forma elocuente algunos aspectos fundamentales del camino
cuaresmal.
Un primer elemento a
considerar es que Jesús toma la iniciativa. No espera a que aquel
hombre le solicite la curación. Le basta contemplar su situación de
sufrimiento para salir a su encuentro. El drama de aquel hombre es
que no puede ver. Pero el culmen del relato nos mostrará que la luz
que Cristo lleva a sus ojos no es sólo la que estimula de nuevo sus
secas pupilas, sino la que le hace descubrir un nuevo horizonte, para
él insospechado, con los ojos de la fe: Creo, Señor.
El modo de la curación y
el proceso en el que introduce al ciego de nacimiento es hermoso e
interpelante a la vez. Cuando se aproxima a él, realiza un gesto
poco habitual en otros relatos de curaciones. Hace barro con su
saliva y se lo unta en los ojos. ¿Qué significado puede tener este
primer gesto de Jesús? El que la mano de Jesús tome barro en sus
manos evoca el momento de la creación: las manos de Dios toman
tierra del paraíso y moldean al hombre y a la mujer. Estamos ante un
hecho que va a significar una nueva creación. ¿Para quién? Para
aquel ciego que al abrir los ojos tomará conciencia de que Jesús
todo lo hace nuevo.
Pero ¿cómo se consuma
esa novedad? Aquí aparece un segundo detalle que es bueno no
olvidar. Jesús le pide que lave sus ojos en la piscina de Siloé. Y
él lo hace. El lavado de aquellos ojos preanuncia, una vez más, la
importancia del Bautismo para el creyente y lo que esto significa. El
Bautismo nos introduce en un orden nuevo, en una vida nueva. Desde el
principio se ha entendido así en la vida de la Iglesia. Por eso se
explica, con especial unción, a los que van ser bautizados en la
noche santa de la resurrección del Señor.
A la vez se convierte, en
este camino cuaresmal, en un reto para todos los que ya fuimos
bautizados en su momento y, como al ciego, una nueva luz alumbró
nuestro camino. El Bautismo nos introduce en una vida nueva en la que
Cristo incide de un modo muy especial. Es la luz nueva que quiebra
nuestra ceguera y nos hace descubrir que su presencia no es una mera
anécdota o un suceso sin importancia, sino un acontecimiento que
determina nuestra presencia en el mundo y nuestra relación con Dios
y los hermanos. El Señor está: ¡ya nada puede ser igual!
Aquel hombre lo descubre
pronto. Su nueva situación molesta. Es lo que ocurre, también hoy,
cuando proclamamos con convicción que Cristo vive y que está en
medio del mundo, en especial, encarnado en los que sufren. Pero a él
ya no le importa. Le marginan, le expulsan del templo, le excluyen,
pero él se proclama seguidor de Cristo: Creo, Señor.
Hoy, son muchas nuestras
cegueras. Nos impiden ver más allá de lo inmediato e impiden que
nuestro corazón descubra de verdad lo que significa el hecho de que
Cristo sea, también para nosotros, un acontecimiento. En esta
Cuaresma te animo a que dejes atrás tus cegueras. Deja que el Señor
unte tus ojos de barro nuevo para que la noche de la Pascua tu
corazón se llene de una luz renovadora.
Carlos Escribano Subías
Obispo de Teruel y
Albarracín
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