Para enseñarnos cómo
rezar, el Señor nos manda a la escuela de una viuda pobre y
abandonada. Para las situaciones límite a lo largo del evangelio,
Jesús nos presenta a mujeres solas como ejemplos. La enferma
que quería tocar su manto para sanar después de tantos
años de sufrimiento, la viuda de Naín que iba a sepultar a
su único hijo, la adúltera, la samaritana. Había un juez
corrupto y una viuda que todos los días le rogaba que le
hiciera justicia. No le exigía nada especial.
La dignidad de la
mujer contra la inmoralidad del juez. La fortaleza femenina contra la
prepotencia del poder abusador de los débiles.
El juez hizo justicia
porque no soportaba que todos los días lo molestara...Con nuestra
oración no molestamos a un juez inicuo, sino a Dios Padre. En la
oración aprendemos a recibirlo todos los días como Padre. Cuando
rezamos el Padre nuestro, en la primera parte, lo alabamos por lo
que él es y su reino.
Le imploramos que haga
su voluntad... Así se relaciona un hijo con su padre cuando están
unidos por el vínculo del amor.¿Por qué tenemos que rezar
siempre? No porque Dios tarda y queremos apurarlo, o para
obtener lo imposible, o lo que nos interesa. Nuestra oración es
infinita no porque Dios es sordo, sino porque él se da así
mismo. No puede hacer otra cosa. Él es infinito, y nosotros
necesitamos abrirnos a él todos los días y acordarnos de él varias
veces al día.
¿No les sucede lo mismo
a los enamorados? ¿O a una madre con los hijos lejanos? Debemos
rezar para mantener siempre atentos los sentidos y abierto el
corazón para escucharlo y recibirlo. Los injustos, como el
juez, podemos ser nosotros, pero Dios será siempre
insistente como la viuda.
P. Aderico Dolzani,SSP
No hay comentarios:
Publicar un comentario