Qué
maravilloso relato el de hoy! Se nos cuenta que el ángel Gabriel
(que significa “poder de Dios”)anuncia a una mujer –María de
Nazaret, prometida de José− que, por el poder del Espíritu Santo,
concebiría en su seno a un niño sin la intervención de un
padre humano. Este modo extraordinario de concebir a Jesús
demostraba la novedad de cómo Dios obra en la historia y
que este Niño sería, mediante José, descendiente del rey David.
La
expresión “alégrate” es un llamado a las alegrías
mesiánicas. María las recibe, pero se turba y no sabe cómo es
traer una criatura al mundo en un ambiente social difícil. Pero
Dios rompe con esos prejuicios y, por la aceptación de María,
se encarna en la historia siendo el “Emmanuel”, “el Dios
con nosotros”. Su reinado será para siempre y se
concretará en él la gran esperanza del mundo. Este
acontecimiento es muy significativo, pues ha transformado
nuestra historia. La Encarnación trae vida nueva, al modo que lo
hace la noticia de un embarazo en la vida de una mujer. Esta debe
cuidar su salud, hacer una dieta, no fumar ni beber alcohol.
El
Dios en la historia también requiere ciertos cuidados. Por
eso, son bienaventurados quienes acreditan este gran misterio,
en el que Dios se posa en el vientre de una mujer y se
encarna como ser humano. Estas maravillas no son solo de María,
sino que también pertenecen a todo creyente que se alegra
con ella por tan grande designio de Dios.
Como
la Virgen, añoramos que el Señor esté con todo aquel que
ha perdido las esperanzas. Y en medio de la alegría, al
igual que María, reconocemos nuestra insuficiencia personal para
imitar al mismo Jesús. No obstante, nuestra vocación como
creyentes debe centrarse en una tranquila confianza en el poder de
Dios: “No temas, el Señor está contigo”.
P.
Fredy Peña Tobar, ssP
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