Nicodemo se muestra como
una figura del mundo creyente que no sabe cómo ser fiel
al proyecto de Dios.
De manera semejante,
actualmente, hay quienes creen en Jesús y tampoco saben de qué
forma nacer a una vida nueva. Jesús va más allá, y es capaz
de demostrar que puede vencer los límites propios de la
condición humana, como la muerte. Sus contemporáneos se
preguntan acerca del final de la vida y quieren asegurársela sin
pasar por la muerte.
Dios no quiere que las
personas se pierdan. El querer de Dios estriba en que todos se salven
y venzan el mal con el poder del amor. Él desea crear canales que
comuniquen vida en plenitud. La mentalidad judía de aquel
tiempo decía que el Juicio se haría al final de los tiempos,
cuando los vivos y los muertos debieran presentarse ante el
tribunal de Dios. No obstante, para muchos, el juicio de Dios
se fragua “ya”, aquí y ahora, en la identificación de
las personas y de la sociedad como un todo. Pero Jesús no juzga
ni condena, simplemente suscita “ese” juicio. Las personas
son quienes se juzgan a sí mismas al confrontarse con el testimonio
de Jesús, y optan por una vida con o sin él.
Cuando optamos por el
mal y no seguimos los criterios de Dios, para buscar los
intereses propios, entonces terminamos por encontrarnos con
nuestro egoísmo y nos cerramos a la revelación luminosa del amor
de Dios. En cambio, quien procura siempre vincularse con Jesús,
está abierto a la luz de su amor. Por eso Dios considera necesario
librarnos de todo mal al creer en su Hijo, Jesús, pues hemos nacido
para disfrutar la vida con él, que nos conduce a la paz y la
felicidad.
P. Fredy Peña T., ssp
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