Cristo prometió que el Espíritu de
Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les
dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu
de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero
ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14,
16-17)
El Espíritu Santo renovó
interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los
hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha
resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch2,
29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos
valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender cómo hombres
«sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de
demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las
persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban
reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que
hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el
día de Pentecostés no ha dejado de extender la
Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,
8).
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