domingo, 5 de junio de 2016

Domingo X del Tiempo Ordinario - JESÚS dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»

Jesús va de camino con sus discípulos y mucho gentío, a la entrada de Naín se cruzan con otra comitiva, unos entran y otros salen: “sacaban a enterrar a un muerto”. Se encuentran la muerte y la Vida, el Maestro muestra su cercanía a los más pequeños una vez más, a los débiles, a esta mujer que es viuda y encima ha perdido a su único hijo, acoge su pena y sufrimiento: “Le dio lástima y le dijo: No llores”. ¿Con qué autoridad se puede decir a una madre que no llore?, las dos comitivas están expectantes: “Se acercó al ataúd, lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar”. Triunfa la vida y se acaba el llanto.



Cuantas madres clamando al cielo en los campos de refugiados, en las playas de Grecia, en Palestina, en cualquier país africano, con sus hijos muriendo de hambre en su regazo. Cuantas madres coraje fregando escaleras para sacar a sus hijos adelante, llorando a escondidas el maltrato o la incertidumbre, de no saber si su hijo ronda el consumo… Pero estamos acostumbrados y nos suele gustar más el funeral que el muerto, escondemos el dolor, nos compadecemos, pero no nos paramos. Hay que parar y aunque no sepamos qué decir, ante el misterio del dolor, muchas veces lo mejor es el silencio, mirar, abrazar, acoger, denunciar, presentar a Dios en la oración con las manos vacías a las criaturas que él creo, sintiendo la impotencia de lo poco que podemos hacer.

Lo que ocurre después en el texto, es que: “Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Quedaron desconcertados, pero más allá de ver él poder de Jesús sobre la muerte, aprendieron que hay que luchar contra todo mal, secar las lágrimas, poner el hombro. Con la certeza, de que en medio de nosotros, está el que es “capaz de sacar nuestras vidas del abismo” y dar sentido con su sufrimiento al nuestro. No en vano Lucas (6,21), en el capítulo anterior, nos dice: “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” y parece que no es cuestión de esperar a llegar a la Casa del Padre.



“Dios ha visitado a su pueblo” y es necesario confiar y creer en esa lectura del Apocalipsis que solemos leer en los funerales: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”. Y es que Dios, no quiere que nadie llore o que viva en el desconsuelo y la desolación.
 Julio César Rioja, cmf

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