domingo, 24 de julio de 2016

Domingo XVII del Tiempo Ordinario - Han recibido el Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios: ¡Abba!, es decir, Padre

Los discípulos veían que el Señor rezaba antes de hacer un milagro o de comenzar una nueva etapa. Sabían que pasaba noches en oración y, por eso, se alejaba del grupo. Notaban cómo, en esos momentos, Jesús se transformaba. Ellos querían vivir lo mismo que el Maestro porque imaginaban que esos momentos eran muy especiales. Por esta razón, le pidieron que les enseñara a rezar. Todas las oraciones de Jesús en los evangelios comienzan de la misma forma: “Abbá”, “Padre”.

Pero, para entender mejor, debemos traducir esta palabra por “papá”, “papito”. Este es el modo de dirigirse a Dios, una palabra que tiene sabor a casa, hogar, familia y cariño filial, y no a templo, sinagoga, religión o ritos. Asimismo, se trata de la manera en que el niño habla con su papá, y no el modo en que un sacerdote se dirige a Dios.

Este tipo de oración escandalizó a sus paisanos, tanto que una de las acusaciones que lo llevaron a la condena, fue por decir ser Hijo de Dios.

Para nosotros rezar es sinónimo de pedir, insistir u obtener algo de modo gratuito o a cambio de algún sacrificio. Por eso buscamos reforzar la oración con alguna promesa que ablande a Dios...

En el “Padrenuestro”, que nos enseñó Jesús, el cariño está por encima de las peticiones. El Hijo se interesa por las causas de Papá Dios: su nombre, reino y voluntad. El Papá Dios se interesa por las causas de sus hijos: el pan, el perdón, los males que nos afligen y las tentaciones que nos atormentan. Además, con esta oración, no reza cada uno por sí mismo: nunca decimos “mío”, sino

“nuestro”. Cuando pido el pan para mí, es un pedido material. Cuando lo pido para todos los necesitados, presento una necesidad espiritual, porque es el espíritu el que desata en mí esa oración.

P. Aderico Dolzani ssp 


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