Los discípulos veían
que el Señor rezaba antes de hacer un milagro o de comenzar una
nueva etapa. Sabían que pasaba noches en oración y, por eso, se
alejaba del grupo. Notaban cómo, en esos momentos, Jesús se
transformaba. Ellos querían vivir lo mismo que el Maestro porque
imaginaban que esos momentos eran muy especiales. Por esta
razón, le pidieron que les enseñara a rezar. Todas las
oraciones de Jesús en los evangelios comienzan de la misma
forma: “Abbá”, “Padre”.
Pero, para entender
mejor, debemos traducir esta palabra por “papá”, “papito”.
Este es el modo de dirigirse a Dios, una palabra que
tiene sabor a casa, hogar, familia y cariño filial, y no a templo,
sinagoga, religión o ritos. Asimismo, se trata de la manera en que
el niño habla con su papá, y no el modo en que un sacerdote se
dirige a Dios.
Este tipo de oración
escandalizó a sus paisanos, tanto que una de las
acusaciones que lo llevaron a la condena, fue por decir ser
Hijo de Dios.
Para nosotros rezar es
sinónimo de pedir, insistir u obtener algo de modo gratuito
o a cambio de algún sacrificio. Por eso buscamos reforzar la
oración con alguna promesa que ablande a Dios...
En el “Padrenuestro”,
que nos enseñó Jesús, el cariño está por encima de las
peticiones. El Hijo se interesa por las causas de Papá Dios: su
nombre, reino y voluntad. El Papá Dios se interesa por las causas de
sus hijos: el pan, el perdón, los males que nos afligen y las
tentaciones que nos atormentan. Además, con esta oración, no reza
cada uno por sí mismo: nunca decimos “mío”, sino
“nuestro”. Cuando
pido el pan para mí, es un pedido material. Cuando lo pido para
todos los necesitados, presento una necesidad espiritual, porque
es el espíritu el que desata en mí esa oración.
P. Aderico Dolzani ssp
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