domingo, 31 de julio de 2016

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario - " Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos".

Una persona le pide a Jesús que sea juez entre él y su hermano en la división de su herencia. Esto significa que piensa que el Señor es justo y recto. Pero Jesús rechaza el pedido porque no vino para sustituir a los jueces o solucionar nuestros problemas. Sus palabras son luz para que encontremos el camino y capacitarnos para juzgar por nosotros mismos con justicia y caridad.
El Señor no vino para remplazar nuestra libertad de pensar y hacer, tampoco por razones de bien, sino para hacernos libres frente a nosotros mismos de nuestro egoísmo, e infundirnos la fuerza del Espíritu para elegir el bien por sobre toda tentación de corrupción. El pedido de ayuda para repartir una herencia da pie a Jesús para enseñarnos con una parábola a cómo comportarnos frente a los bienes de este mundo. Un hombre emprendedor, rico, sin nombre, aparentemente solo, tuvo una gran cosecha, tan abundante que no cabía en sus silos. Pensó que debía derribarlos para construir otros más grandes. Cuando puso todo en resguardo, se convenció de que había hecho algo muy bueno y entonces podía descansar. No obstante, le llegó el aviso de que esa misma noche partiría de la Tierra.

Jesús no dice que este hombre era una persona injusta, deshonesta, mala, pero sí lo define como necio porque ha hecho que todo su futuro y su vida dependiera de los bienes que llegó a acaparar. No se dio cuenta de que los bienes “prometen” colmar el corazón, pero que, en realidad, lo dejan vacío; que pueden “vendernos” una vida tranquila, pero no añaden un día a nuestra vida, pues de pan solo no vive el hombre. Ese hombre era rico, pero solitario; no había nadie a su alrededor, por eso era un pobre “de relaciones humanas y espirituales”, no tenía a nadie en el corazón fuera de sí mismo sus silos y su gran cosecha.
Vivió estúpidamente y dejó todo a quien no había trabajado. Cosechó la muerte que sembró en su vida. Los únicos bienes por los que merecemos vivir son Dios y los hermanos.
P. Aderico Dolzani, ssP.

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