domingo, 7 de agosto de 2016

Domingo XIX del Tiempo Ordinario - "Estén prevenidos y preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada".

En el Evangelio, el Señor nos pide varias veces no tener miedo y, muchas otras, ser alegres y felices. Esto no se trata de una doctrina que aprender, sino una sabiduría divina para vivir, que requiere cambiar los criterios de vida de quien no conoce a Dios como Padre, como único Señor a quien servir y amar.Pensar, decidir y sentir que nuestro úni-co tesoro es el Papá del cielo, significa que todo lo demás es secundario y no merece que le dediquemos la vida. Nos impone una escala de valores materiales, de las relaciones humanas, de búsqueda de bienes espirituales...

Hoy Jesús nos define como un feliz y pequeño rebaño al que el Padre del cielo le ha dado el Reino. Podemos pensar que, como a Adán, Dios nos ha concedido este paraíso que es la tierra y nos ha dejado la administración total de todos los habitantes, los animales y la naturaleza.
Como dice la parábola, todo está en nuestras manos. Lamentablemente, creemos que no somos responsables de haber ensuciado este paraíso casi por completo, las relaciones humanas no son buenas y hay guerras y muerte.

Incluso, somos capaces de destruir nuestro paraíso antes de que el Señor vuelva. Dios es el gran ausente de su creación, y, si bien esto nos duele, es la garantía de nuestra libertad. Si Dios estuviera gestionando este mundo, le temeríamos como a un gran jefe infalible e implacable y no lo amaríamos como a un padre. Generalmente, pensamos que el regreso del Padre será como el fin del mundo, entonces lo asociamos con el miedo. Jesús, en cambio, nos enseña a esperarlo con alegría, porque, cuando llegue y nos encuentre administrando bien este paraíso y viviendo como hermanos, no nos sentará en el banquillo del juicio, sino en la mesa del banquete y será él mismo quien nos sirva. Dios no se muestra como el dueño de este mundo, que vuelve a pedirnos cuenta y al que tenemos que servir. Él nos pone a nosotros mismos en el sitio del dueño y él es el que nos sirve. Así es Dios Padre. A este Dios es al que quiero servir todos los días y las noches de mi vida, y a nadie más.

P. Aderico Dolzani, SSP.

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