viernes, 15 de julio de 2016

CARTA DEL MINISTRO GENERAL POR LA FIESTA DE SANTA CLARA DE ASÍS 2016

Queridas hermanas,
¡El Señor les dé su paz!

Cada año, al acercarse el mes de agosto me pregunto qué quiere nuestro Padre san Francisco que yo les diga a ustedes, a quienes gustaba llamar “Damas Pobres”. Él nunca se afanaba mucho por predicarles a ustedes, como bien lo saben, porque confiaba en el compromiso de ustedes para con el Evangelio y en las dotes de guía de santa Clara. Esta confianza sigue viva y yo les escribo simplemente tratando de compartir lo que tengo en mi corazón y en mi mente. También yo les escribo como hermano diligente que valora el compromiso de ustedes, que confía en la capacidad de guía creativa y confiable de santa Clara y que quiere unirse a ustedes para honrar a esta gran mujer. Quisiera empezar con la carta que el Santo Padre Francisco, nuestro Papa jesuita-franciscano, ha escrito para la apertura del Jubileo extraordinario de la Misericordia. En esta carta nos recuerda la continua llamada a la conversión que nos hace el Padre de las Misericordias. Esta resuena para nosotros en la descripción que santa Clara nos ha dejado de su vocación según el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Seráfico Padre san Francisco (RegCl 6,1). Ella fue tan fiel a su vocación que incluso en el lecho de muerte pudo decir a fray Reinaldo: “¡Desde cuando conocí la gracia de mi Señor Jesucristo ninguna pena me ha sido molesta, ninguna penitencia gravosa, ninguna enfermedad me ha sido dura, querido hermano!” (LegCl 44); aun hoy la fuente dinámica de nuestra vida como seguidores de Francisco y Clara es la conciencia de la gracia y de la misericordia de Dios.
Este Año de la Misericordia tiene otra resonancia especial para nosotros, porque coincide con el VIII centenario del Perdón de Asís, que el padre san Francisco obtuvo del papa Honorio III en 1216. Él lo pidió porque la Virgen María se lo había sugerido – no por otra razón – sino porque compartía el inmenso deseo de Dios de reunir a todos consigo en el gozo de la gloria. El deseo de compartir la misericordia de Dios está todavía vivo en el corazón de la Iglesia como este Año jubilar nos lo demuestra. Y no ha cambiado nada de nuestro compromiso tendiente a realizar el deseo de Francisco, que todos vayan al paraíso. El Papa Francisco nos pide que seamos misioneros de la misericordia profundizando nuestra vocación y poniendo al servicio de todos los dones recibidos del Padre de las Misericordias.

“No será inútil en este contexto remitirnos a la relación entre justicia y misericordia. No son dos aspectos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. [...] Hay que recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiados a la voluntad de Dios”(MV 20).

Francisco comprendió enteramente esta concepción de la justicia como entrega de sí, y en la Regla no bulada afirma precisamente que “la limosna es la herencia y el justo derecho debido a los pobres” (Rnb IX, 8). Clara también comprendió esto y en su búsqueda de la justicia no solo dio su herencia (y una parte de la de su hermana) a los pobres, sino que también dio pasos radicales para seguir a Cristo yendo a vivir en San Damián y compartiendo la pobreza, la vulnerabilidad y la debilidad de los pobres. Si estuviera viva todavía, estamos seguros, sería bien consciente de la situación del mundo y estaría escuchando valientemente la palabra de parte del Señor.

Queridas hermanas, ¿cómo vivimos hoy la justicia de esta entrega de sí a la voluntad de Dios en mundo en donde los costos del poder y de la riqueza son soportados sobre todo por los pobres? ¿Qué les diría Clara a ustedes, sus amadas hijas, a las cuales confió el carisma de la vida evangélica en fraternidad y sin nada propio? ¿Cómo las guiaría por el camino de una vida de minoridad cada vez más radical, vista la realidad de nuestros tiempos? ¿Cómo nos guiaría a todos nosotros a aquel lugar del corazón humano y del mundo donde yace oculto el tesoro (3CtaCl 7)? Nuestro mundo está atravesando una profunda crisis, tanto espiritual como material. Los cristianos todavía son perseguidos en muchos países, el extremismo, el fanatismo, están en abierta actividad, millones de personas se ven obligadas a huir a causa de la guerra, del terrorismo y de la opresión. La necesidad de contemplación es más urgente que nunca; y he ahí por qué Clara sigue diciéndonos: “Medita y contempla y esfuérzate en imitarlo” (2CtaCl 20). Sin la gracia de la contemplación que alimente a nuestro mundo, sería fácil caer en la desesperación dado que los problemas son realmente enormes y por encima de nuestro alcance.
Pero hay otro dolor. Nuestro bellísimo planeta está sufriendo desmedidamente. En los últimos cincuenta años se han extinguido gran número de especies, otras se han reducido en número a causa de la pérdida de su hábitat. Nuestro clima ha perdido su tradicional equilibrio y esto causa inundaciones o sequías, mientras globalmente se registra una falta de agua, realidad esencial para todas las formas de vida del planeta. Todos estos factores tienen efectos intensos sobre las plantas, las aves, los insectos, los animales, al igual que sobre los seres humanos. La necesidad de tener misericordia para con “nuestra Hermana la Madre Tierra” nunca ha sido tan urgente. Hace poco más de un año el papa Francisco escribió al mundo la encíclica Laudato si’, subrayando y enfatizando el hecho de que también nuestra madre tierra debe ser considerada entre los pobres a quienes se debe justicia. Afirma:

“Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, esta nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra” (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2).
Frente a este escenario el papa Francisco nos muestra que “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (LS 217) y nos muestra el camino sencillo a través del cual responder a ambas crisis:

“¡Este es el momento favorable para cambiar la vida! [...] Basta solo acoger la invitación a la conversión y someterse a la justicia, mientras la Iglesia ofrece la misericordia” (MV 19).
Como modelo de conversión nos ha presentado a la Santa amada por todos los franciscanos, Santa María Magdalena, elevando a fiesta la celebración de su recuerdo. Sabemos que en muchas de las Fraternidades franciscanas de los orígenes había una capilla dedicada a María Magdalena, por cuanto la reconocían como el paradigma de la conversión, un verdadero espejo, el espejo de una persona que se ha entregado totalmente en el amor, como el mismo Señor lo atestigua.

Se nos ha dicho que la Magdalena, al recibir misericordia, ha amado mucho. Ella tuvo “el honor de ser la “primera testigo” de la resurrección del Señor”, y vino a ser “apostolorum apostola” (apóstol de los apóstoles), porque anuncia a los apóstoles lo que a su vez ellos anunciarán a todo el mundo”. Por eso se la puede considerar realmente como primera testigo de la Misericordia divina. Mujer de corazón grande, a veces incluso imprudente, “mostró un gran amor a Cristo y fue por Cristo tan amada” (cf. Apostolorum apostola – Artículo de S. E. Mons. Arthur Roche, Secretario de la Congregación del Culto divino). La misericordia que ella recibió produjo fruto cuando ella dio testimonio de la resurrección y vino a ser apóstol de los apóstoles.

“Por lo demás, el amor no podía ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se realizan en el actuar de cada día” (MV 9).
Podríamos decir que María Magdalena acompañó a Clara la noche del Domingo de Ramos en que ella decidió unirse a los hermanos. Ya habían recitado los Maitines del lunes de la Semana Santa, leyendo el pasaje relativo a María de Betania que unge los pies de Jesús y se los seca con sus cabellos – anunciando así, como dice Jesús, la unción para la sepultura (cf. Jn 12,1-8). Hay que decir que María de Betania, en esa época era identificada a menudo con la Magdalena, aunque no era la misma. Con las candelas de esa liturgia todavía encendidas, los frailes cortan los cabellos de Clara y la consagran al Señor. Parafraseando la Carta a los Hebreos, en cierto sentido Clara “sale – de casa – para unirse a él fuera del campamento y compartir su oprobio” (cf. Hb 13,13; LegCl 7). “Mira que Él por ti se hizo objeto de desprecio: sigue su ejemplo haciéndote despreciable en este mundo por amor suyo” (2CtaCl 19), dice Clara a Inés de Praga algunos años más tarde. Desde el comienzo la vocación de Clara estuvo marcada por el amor hacia aquel “cuya belleza es la admiración incansable de los bienaventurados ejércitos celestiales. El amor de él hace felices, su contemplación restaura, su benignidad da plenitud. La suavidad de él inunda toda el alma, su recuerdo brilla en la memoria. A su perfume los muertos resucitan” (4CtaCl 10-13).

La influencia de María Magdalena se nota en el bellísimo crucifijo que hay en la basílica dedicada a santa Clara, encargado por sor Benedicta, la abadesa sucesora de Clara. Allí Clara, Benedicta y Francisco lloran a los pies de Jesús, como la mujer que le lavó con sus lágrimas los pies y ayudó a prepararlo para la sepultura. Clara y la Iglesia nos miran a nosotros para que nos entreguemos al servicio del Señor, fieles hasta el final y capaces de anunciar la verdad de la resurrección. Clara las invita a dejarse colmar “de valor en el santo servicio que han comenzado por el ardiente deseo del Crucificado pobre” (1CtaCl 13) y a ser “modelo, ejemplo y espejo” (Test 19).

En nuestro mundo bajo presión, donde hasta la madre tierra sufre, ¿cómo podemos nosotros, Hermanos Menores y Hermanas Pobres, vivir los valores del Evangelio en un contexto donde una persona de cada ciento trece es un refugiado, y donde “«los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque los desiertos interiores se han vuelto tan extensos»” (LS 217)? Este es el serio desafío para nosotros hoy. La humanidad que sufre, nuestro planeta que combate y toda la familia franciscana están pidiendo a las hijas de Santa Clara que nos ayuden a abrir nuestro corazón para podernos someter a la justicia en este tiempo de misericordia. “Es el momento de escuchar el llanto de las personas inocentes despojadas de sus bienes, de su dignidad, de sus afectos, de su vida misma” (MV 19). Necesitamos un corazón compasivo y contemplativo del movimiento franciscano que nos ayude a escuchar el grito de los pobres y el de la madre tierra. María Magdalena encontró al Señor Resucitado en un huerto. Francisco, verdadero amante del Señor, escribió el Cántico de las criaturas en un huerto. Muchos de nosotros tenemos un huerto, grande o pequeño, y como hermano les pido cálidamente que continúen en el compromiso de trabajar por la creación, a fin de que todo ser viviente que tiene una casa sobre la tierra por ustedes compartida sea acogido con respeto como hermano y hermana, aunque de inmediato me doy cuenta de que ¡el trabajo para los jardineros se ha vuelto cada vez más difícil!

La creación no está a nuestra disposición sino que existe para la gloria de Dios y nosotros los seres humanos no somos sino sus cuidadores. Ayúdennos a no ser como el de la parábola a quien se le perdonó mucho pero que no tuvo misericordia alguna para con el otro. Necesitamos que ustedes sigan mostrándonos cómo vive el que ama realmente al Señor, dándonos un ejemplo de respeto para con la madre tierra, frente a tantas acciones que la explotan y la hieren por lucro o conveniencia. Todos estamos llamados a cambiar, y hablo en nombre de todos los franciscanos cuando digo que nosotros las miramos a ustedes, Hermanas Pobres, y les pedimos que nos ayuden. Clara no tuvo miedo de “ninguna pobreza, fatiga, tribulación, humillación y desprecio del mundo” (RegCl 6,2), cosas todas que, hoy en cambio el mundo teme grandemente. Las palabras dichas a propósito de María Magdalena, se aplican realmente a Clara: pertenecía al grupo de los seguidores de Jesús, lo acompañó hasta los pies de la cruz, y en el huerto donde la encontró junto a la tumba, fue la primera testigo de la misericordia divina (cf. Apostolorum apostola – Artículo de S.E.Mons. Arthur Roche, Secretario de la Congregación para el Culto divino).

Nosotros las miramos a ustedes que nos atestiguan “desde el horno del corazón ardiente como llameantes centellas de palabras” (cf. LegCl 45).

En el nombre de todos los Hermanos, les deseo toda clase de bendiciones y gracias y comparto el sabio deseo del Papa Francisco dirigido a nuestras Hermanas del Protomonasterio:
“El Señor les conceda una gran humanidad para ser personas que saben captar los problemas humanos, que saben cómo perdonar, que saben cómo pedir al Señor en nombre de la gente”.

Les auguro un gran gozo para la celebración de la fiesta de la santa Madre Clara. Como todos los hermanos, las llevo en mi oración y les pido que nos tengan a mí y a toda la Orden en la de ustedes.

Fr. Michael Anthony Perry, ofm
Ministro general y siervo

Roma, 15 de julio de 2016
Fiesta de san Buenaventura,
Doctor de la Iglesia

domingo, 10 de julio de 2016

Domingo XV del Tiempo Ordinario - «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»

Este domingo la Iglesia nos proclama uno de los evangelios que Charles Péguy calificaba como “desvergonzados” porque parece que Dios pierde la vergüenza al mostrarnos su corazón. De maestro a maestro, un letrado va hasta Jesús, no para aprender de Él sino “para ponerlo a prueba”. Un falso interés, vino a desvelar su más crasa ignorancia: “¿quién es mi prójimo?”. Entonces Jesús contará la conmovedora parábola del buen samaritano.

Hay un hombre malherido, medio muerto por una paliza bandida. Sobre ese cruel escenario van a ir pasando diferentes personajes poniendo de manifiesto la calidad de su amor, la caridad de su corazón. En este ejemplo de Jesús, se puso bien a las claras hasta qué punto la “ley puede matar”, cómo hay cumplimientos que son sólo torpes evasiones: cumplo y miento.

El último personaje ante el escenario común, será un samaritano, alguien que no entiende de leyes, ni de distingos. Se topa con un pobre maltratado y… no sabe más. Alguien que seguramente jamás se había planteado qué había que hacer para heredar la vida eterna, pero que sería el único de los actores que había entendido la Ley.

Observemos los verbos empleados: llegó a donde estaba él, lo vio, sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó los gastos… ¿No recuerdan estos verbos las actitudes del padre de la parábola del hijo pródigo?: estando todavía lejos, le vio su padre, se conmovió, corrió hacia él, se echó a su cuello, le besó efusivamente e hizo fiesta en su honor.

Aquel samaritano fue para su hermano prójimo lo que este padre para su hijo pródigo. Nosotros, conocedores de la revelación de la misericordia que se nos ha manifestado en Jesucristo, podemos correr el riesgo de no entender nada del cristianismo, si al preguntarnos legítimamente sobre qué hacer para heredar el cielo, lo hacemos evadiéndonos de la tierra, del dolor de Dios que Él quiere sufrir en tantos de sus hijos pobres, enfermos, marginados, torturados, expatriados, asesinados, silenciados… Ser cristiano es tener la entraña de Dios, es decir, vivir con misericordia. Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea quien sea. Y Jesús añadió, y hoy nos añade a nosotros: anda, haz tú lo mismo.
 Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

domingo, 3 de julio de 2016

Domingo XIV del Tiempo Ordinario - “Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.”.

Queridos hermanos:
Jesús no quiso realizar el sólo su propia misión, reunió a diversas personas para ser sus mensajeros, hoy se nos habla de setenta y dos, aparte del simbolismo del número, está claro que el ser evangelizadores no se reduce a los doce: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. Todos estamos llamados a ser misioneros, pero con unas actitudes que en el evangelio de hoy quedan bastante claras y vamos a enumerar.
1-Lo primero es anunciar el Reino, esto no puede esperar más: “Curad a los enfermos que haya, y decid: Está cerca de vosotros el Reino de Dios”, “Aunque no os reciban decid: De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios”. Esta es la gran tarea que hay que realizar y es urgente llevar la Buena Noticia hasta los confines de la tierra. En vez de lamentarnos de lo mal que están las cosas, de que no quieren oír, de la creciente indiferencia, tendremos que pedir la fuerza para realizar nuestra misión.
2-“De dos en dos”, quizás por aquello que también se dice en el Evangelio: “Donde dos o tres estéis reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de vosotros” (Mt 18,20). Además de dar protección, sentirse acompañados, son necesarios dos testigos que confirmen la autenticidad de la palabra que trasmiten. Los cristianos no somos francotiradores, lo que hace creíble la misión es también el sentido comunitario.
3-En pobreza: “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias”. Haciendo ver a la gente su confianza absoluta en el Padre y dando credibilidad a su predicación, despreocupándose de aquello en lo que se afanan los hombres. Esto no impide que puedan:”Quedarse en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario”. Más curioso es leer en el texto: “No os detengáis a saludar a nadie por el camino”, cuando el saludo es algo tan ritual entre los judíos: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa”. Parece contradictorio, pero lo de no saludar debe ser por la urgencia, para no parar y tiene algo de provocación.
4-En un ambiente difícil: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”, Jesús es consciente de que muchos no darán veracidad a sus palabras y que la misión siempre es peligrosa, encontrará persecución y oposición. “Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo” y es que la Palabra de Dios juzga, discierne, pone o no del lado del Reino.  
5-Que nos debe llevar a la humildad, no a buscar el éxito. El regreso de los setenta y dos, contentos del éxito, da pie a Jesús para advertirnos de los peligros del poder y del engreimiento. Hay que tener la humildad necesaria para saber que el poder que da la autoridad: “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”, no es nuestro, ni podemos utilizarlo en provecho propio, nada de prepotencia. El Evangelio y la misión de anunciar el Reino lo hemos recibido gratis, para comunicarlo gratis, no como una ventaja o un privilegio, como dice San Pablo a los Gálatas en la segunda lectura de hoy: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el Mundo”.
 Julio César Rioja, cmf


domingo, 26 de junio de 2016

Domingo XIII del Tiempo Ordinario - “Te seguiré adonde vayas”.

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo…”. Con fórmula solemne y penetrante anuncia el Señor su muerte y resurrección. Muerte que no es fruto del azar, ni del destino, sino cumplimiento de la misión que el Padre le ha encomendado. Resurrección que es también ascensión. Aquí el evangelista evoca todo el misterio pascual, su etapa dolorosa y sombría y su etapa gloriosa y luminosa.

Contemplamos este momento decisivo en el Corazón de Jesús que “tomó la decisión de ir a Jerusalén”. El Señor toma esta decisión muy deliberada, libre de condicionamientos; quiere cumplir hasta el fin su misión, va a Jerusalén a entregar su vida en señal de amor al Padre y a todos nosotros. Nadie como Él se ha encarado tan libremente ante la muerte.

Hemos de aprender de Jesús a tomar decisiones importantes en nuestra vida; tomémoslas con el Señor, ayudados de su luz y de su gracia.

“Envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén”. Los judíos consideraban cismáticos a los samaritanos, porque éstos no daban culto a Dios en el templo de Jerusalén, sino en el que ellos habían construido en el monte Garizím. Los samaritanos se sentían despreciados por los judíos y por eso no los recibían cuando pasaban por su tierra.

Jesús no evita pasar por esta tierra, no es amigo de racismos, su amor es universal. El ha venido para que todos tengan vida abundante y conozcan al Padre.

“Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Santiago y Juan son discípulos de genio vivo y violento, han tomado de Jesús el poder y no la misericordia, piden el fuego del cielo para los que no comprenden ni aceptan al Maestro; comidos por el celo de Dios estaban decididos a imponer las cosas a sangre y fuego; se sienten casi dueños de la fuerza de Dios y están dispuestos a usarla para lo que Dios no la usaría jamás: para la venganza personal. No se preocupan de que haya proporcionalidad entre el castigo y la falta cometida, tampoco se plantean el problema de su conversión personal. Todavía no habían comprendido mucho del mensaje de Jesús.

“Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea”. Jesús nos manifiesta una vez más la verdadera imagen de Dios. Contemplamos al Señor, sencillo, pacífico, paciente, humilde… Cristo, aun conociendo la tendencia humana a juzgar y condenar al prójimo, aun sabiendo de la intolerancia de sus discípulos que quieren que baje el fuego de la cólera divina sobre los que no piensan como ellos, acepta con paciencia a los suyos, los ama, sabe respetar sus ritmos de crecimiento, los plazos en el conocimiento de la verdad, aguanta sus deficiencias, sabiendo también que pueden ser transformados por su amor.

Ahora aparecen tres casos de vocación.

El primero es el hombre mismo el que se presenta, toma la iniciativa y le propone a Jesús: “Te seguiré adonde vayas”. Este hombre se cree seguro, fuerte, generoso. Jesús le advierte que para seguirle no basta el entusiasmo. Seguir al Señor tiene sus dificultades: “El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús le habla de pobreza, de participar en su destino trágico, de estar dispuesto a ser rechazado como Él lo fue. Seguir a Jesús en no tener  seguridades, porque Él es nuestra seguridad.

En el segundo y en el tercer caso es Jesús el que invita a seguirle. “A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. La respuesta de Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos…”, es inverosímil. Dar sepultura a los muertos es un acto natural en todas las civilizaciones, y una obligación sagrada, es una obra de misericordia. Esta respuesta de Jesús nos indica que Dios siempre ha de ser el primero en todo, que seguirle a Él está en un orden distinto al terreno. El discípulo sólo tiene una cosa que hacer: “anunciar el Reino de Dios”, ante esto todo lo demás es relativo. Anunciar a Jesucristo no admite demora alguna.

“Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. El que quiera seguir a Jesús tendrá que poner en segundo plano todos los lazos familiares y afectivos. Para seguir a Jesús no sirve ni el que se entretiene en despedirse de sus familiares. Jesús es verdaderamente un hombre de carácter que sabe bien lo que quiere y está dispuesto a cumplir la voluntad del Padre sin vacilaciones. Su vida es un sí tajante a su vocación; por eso exigirá a los suyos: “El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.

Pidamos al Señor que conceda este temple a los que Él llama a consagrar toda la vida en su servicio. 
Mons. Rafael Escudero López-Brea

domingo, 19 de junio de 2016

Domingo XII del Tiempo Ordinario - JESÚS les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»

“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos…”. El texto evangélico de hoy habla de la oración de Jesús, insiste particularmente en esta dimensión orante de la vida de Jesús antes de los momentos decisivos de su misión. Jesús, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, fue un hombre de su tiempo. Es verdad también que confesamos a este hombre como Hijo de Dios, Dios hecho carne que habitó entre nosotros. Pero, como muy bien lo afirma el Concilio Vaticano II, Jesús “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et Spes, 22). Por tanto, podemos también afirmar que su oración fue una oración conforme a su corazón de hombre. Su encuentro frecuente con Dios en la oración respondió a una necesidad vital de comunicación y de comunión con el Padre. No se trató sólo y simplemente de un ejemplo para estimular nuestra oración. No fue una enseñanza más o una recomendación hecha desde fuera.

Los discípulos están unidos a Jesús. A ellos se les concede verlo como a Aquel que habla con el Padre cara a cara, de tú a tú, como a un igual, como un Hijo con su Padre. Los discípulos ven que Jesús está totalmente identificado con el Padre, que es uno con el Padre.

Los aprendizajes vitales que Jesús compartió con sus discípulos germinaron en horas de silencio y soledad. Momentos de apertura dócil a la acción de Dios. Jesús vivió largos momentos de oración y contemplación. Sólo desde la oración sencilla y cotidiana es posible vivir el misterio de nuestro camino de fe. Tal vez convenga preguntarnos hoy: ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración? ¿Qué relación existe entre nuestra oración y nuestra vida?

De la oración de Jesús surgieron preguntas: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Puede haber un conocimiento externo de Jesús, que es insuficiente para creer en Él, amarle, seguirle… “Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”. Las opiniones de la “gente” tienen en común que sitúan a Jesús en la categoría de los profetas, son aproximaciones al misterio de Jesús, pero no llegan a la verdadera naturaleza de Jesús. Se aproximan a Él desde el pasado, no desde su ser mismo. Se trata de un conocimiento que no lleva a una relación personal con Él ni a un compromiso de vida definitivo.

“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, impresionado y sobrecogido ante la presencia orante de Jesús, en nombre de todos, da una respuesta que parece completa y que se aleja de la opinión de los demás: “El Mesías de Dios”, manifestando y poniendo de relieve la pertenencia del Mesías a Dios. Pedro y los discípulos reconocen que la persona de Jesús no tiene cabida en la categoría de los profetas, que Él es mucho más que un profeta, alguien diferente. Lo habían visto en sus acciones milagrosas, en la autoridad de su enseñanza, en el poder de perdonar los pecados, en su trato de igual con el Padre. Jesús es el Mesías, pero no en el sentido de un simple encargado de Dios. Esta declaración de Pedro para nosotros es sublime, siempre hemos de intentar penetrar en su significado; pero sólo se nos puede hacer comprensible en el contacto con Jesús a través de la oración, en el encuentro con Él, vivo y resucitado. El discípulo puede tener un mayor, íntimo y profundo conocimiento del Corazón de Cristo, si cree en Él y le sigue. Desde ahí llevaremos a cabo nuestra misión de cristianos en medio del mundo.
 Mons. Rafael Escudero López-Brea


domingo, 12 de junio de 2016

Domingo X del Tiempo Ordinario_ Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

“Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se puso a la mesa”. Simón sabe que Jesús conoce a los hombres, pero no se imagina que los conoce entrando en su conciencia e iluminándola con su luz. Simón está lleno de sí, de su dignidad de buen fariseo cumplidor de la Ley, satisfecho de sí mismo y de sus obras, está convencido de haber agradado a Jesús invitándolo a comer y espera que Jesús le agradezca su invitación. La luz de Jesús no puede penetrar en Simón, porque encuentra materia opaca y emergen las sombras de la soberbia y la vanidad, de la presunción y del desprecio que tiene hacia los demás que le lleva a juzgar a Jesús y a la mujer: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora”. Su corazón está cerrado.



“Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás Junto a sus pies, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies, se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume”. La mujer pecadora es transparente, abierta a la luz de Jesús que la conoce transformándola. La mujer llora sus pecados a los pies de Jesús pensando que no vale nada, que no merece nada, porque ha pecado mucho. La gente murmura de ella y ella busca a Jesús y se abandona en Jesús. La luz de Jesús entra en su corazón perdonándola y reconstruyendo su vida perdida. La mujer ha buscado a Cristo y Él se ha dejado encontrar por ella. Ella ha sido alcanzada por Cristo Salvador.



Jesús conociendo y amando al fariseo y a la pecadora pone de manifiesto ante ellos mismos sus diversas realidades interiores: “Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él respondió: «Dímelo, maestro». «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies…, no me diste el beso de saludo…, no me ungiste la cabeza con ungüento”. Simón que presumía de sus grandes méritos, queda desenmascarado como un hombre mezquino, áspero, frío, árido, incapaz de acoger bien a los demás. El Señor ilumina la conciencia de Simón para que tenga la oportunidad de cambiar la triste situación en la que se encuentra.



La pecadora, que era despreciada, demuestra tener un corazón grande. Ella es consciente del amor de Cristo, ella sabe que Jesús la ama y sufre por su pecado. Y este conocimiento del amor herido del Señor le lleva a corresponder con un amor reparador concretado en obras: “…me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos, no ha dejado de besarme los pies, me ha ungido los pies con perfume”. La reparación se funda en el amor, en la amistad y en la misericordia de Dios. El pecador de vuelve al Señor, tocado por su amor, y vive en adelante con más amor en compensación de la falta de amor que supone cada pecado. Esto sólo lo podemos vivir si se da una experiencia de encuentro con el Corazón del Padre, si nos sentimos tocados por su amor, entonces nos damos cuenta de lo mal que tratamos al Señor, sentimos dolor por ofender al Amor y a la vez surge un anhelo de amar más y mejor, de vivir una vida más diligente y generosa respecto a Dios y a los hermanos; se va creando en nosotros un corazón de hijo para con Dios, que sintoniza con el sufrimiento del Corazón del Padre, y un corazón de hermano, que se solidariza con el sufrimiento de los demás. Esta es la preciosa gracia de vivir un amor reparador. La reparación es el deseo y la decisión de de agradar al Señor en todo. Es mostrar delicadeza en el trato con Cristo y servirle generosamente. “Por eso…, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero a quien poco se le perdona, es porque demuestra poco amor». Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados…, tu fe te ha salvado: vete en paz”.



domingo, 5 de junio de 2016

Domingo X del Tiempo Ordinario - JESÚS dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»

Jesús va de camino con sus discípulos y mucho gentío, a la entrada de Naín se cruzan con otra comitiva, unos entran y otros salen: “sacaban a enterrar a un muerto”. Se encuentran la muerte y la Vida, el Maestro muestra su cercanía a los más pequeños una vez más, a los débiles, a esta mujer que es viuda y encima ha perdido a su único hijo, acoge su pena y sufrimiento: “Le dio lástima y le dijo: No llores”. ¿Con qué autoridad se puede decir a una madre que no llore?, las dos comitivas están expectantes: “Se acercó al ataúd, lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar”. Triunfa la vida y se acaba el llanto.



Cuantas madres clamando al cielo en los campos de refugiados, en las playas de Grecia, en Palestina, en cualquier país africano, con sus hijos muriendo de hambre en su regazo. Cuantas madres coraje fregando escaleras para sacar a sus hijos adelante, llorando a escondidas el maltrato o la incertidumbre, de no saber si su hijo ronda el consumo… Pero estamos acostumbrados y nos suele gustar más el funeral que el muerto, escondemos el dolor, nos compadecemos, pero no nos paramos. Hay que parar y aunque no sepamos qué decir, ante el misterio del dolor, muchas veces lo mejor es el silencio, mirar, abrazar, acoger, denunciar, presentar a Dios en la oración con las manos vacías a las criaturas que él creo, sintiendo la impotencia de lo poco que podemos hacer.

Lo que ocurre después en el texto, es que: “Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Quedaron desconcertados, pero más allá de ver él poder de Jesús sobre la muerte, aprendieron que hay que luchar contra todo mal, secar las lágrimas, poner el hombro. Con la certeza, de que en medio de nosotros, está el que es “capaz de sacar nuestras vidas del abismo” y dar sentido con su sufrimiento al nuestro. No en vano Lucas (6,21), en el capítulo anterior, nos dice: “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” y parece que no es cuestión de esperar a llegar a la Casa del Padre.



“Dios ha visitado a su pueblo” y es necesario confiar y creer en esa lectura del Apocalipsis que solemos leer en los funerales: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”. Y es que Dios, no quiere que nadie llore o que viva en el desconsuelo y la desolación.
 Julio César Rioja, cmf

domingo, 29 de mayo de 2016

LA SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad, toda la Persona de Cristo vivo y glorioso, bajo las apariencias de pan y vino.

La palabra Eucaristía, derivada del griego, significa "Acción de gracias". Se aplica a este sacramento, porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es para nosotros el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.



"Yo soy el pan de la vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto
Y murieron; éste es el pan que baja del cielo,
para que quien lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por
la vida del mundo…."Si no coméis la carne
del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros.

"El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el ultimo día.
Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en Mí, Y yo en él".

"Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre, también el que me coma
vivirá por mí". Jn 6, 48-57

 "Mientras estaban comiendo, tomo Jesús pan
y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo:
"Tomad, comed, éste es mi cuerpo."
Tomo luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo:
"bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos para el perdón de los pecados".
Mt 26, 26-28

"Hagan esto en memoria mía".
Lc 22,19 



domingo, 22 de mayo de 2016

SANTISIMA TRINIDAD

La Santísima Trinidad, deja ver también las relaciones que hay entre las tres Divinas Personas; aunque esas relaciones son distintas, tampoco dividen la misma y única esencia de Dios.
-El Padre es pura Paternidad.
- El Hijo es pura Filiación.
- El Espíritu Santo es puro Nexo de Amor.

"El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros también somos uno' abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás"

domingo, 15 de mayo de 2016

PENTECOSTÉS "VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO"



Muchas veces hemos escuchado hablar del Espíritu Santo; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y lo hemos invocado. Piensa cuántas veces has sentido su acción sobre ti: cuando sin saber cómo, soportas y superas una situación, una relación personal difícil y sales adelante, te reconcilias, toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta haces algo por el otro…. Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es nada menos que la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita dentro de ti.

El don del Espíritu Santo es el que:



 -   nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;

 -   nos permite conocerlo y amarlo;

 -   hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.



La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.




domingo, 8 de mayo de 2016

VII DOMINGO DE PASCUA " LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR"


A los cuarenta días después de la Resurrección habiendo instruido a sus Apóstoles sobre la nobilísima misión de establecer el Reino de Dios en el mundo, Jesús iba a subir al cielo, donde le esperaban las glorias celestiales. Bendijo a su querida Madre, a los Apóstoles y discípulos y se despidió de ellos.
Jesús entró en los cielos para tomar posesión de su gloria. Mientras estaba en la tierra, gustaba siempre de la visión de Dios; pero únicamente en la Transfiguración se manifestó la gloria de su Humanidad Sacratísima, que, por la Ascensión, se colocó al lado del Padre celestial y quedó ensalzada sobre toda criatura humana.

Dios y Padre nuestro, haznos participar del gozo de la Ascensión de tu Hijo Jesucristo. Que la sigamos en la nueva creación, pues su ascensión es nuestra gloria y nuestra esperanza. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo.




domingo, 1 de mayo de 2016

VI DOMINGO DE PASCUA "EL ESPÍRITU SANTO LES RECORDARÁ LO QUE LES HE DICHO"

Poner en práctica la palabra y amar como Jesús nos amó es algo que no podemos lograr por nuestras propias fuerzas.Por eso, abramos nuestra vida al soplo del Espíritu. Como el viento mueve y empuja, así el Espíritu Santo nos impulsará.No tendremos que tensionarnos, sino dejarnos llevar.


sábado, 23 de abril de 2016

V DOMINGO DE PASCUA "LES DOY UN MANDAMIENTO NUEVO: QUE SE AMEN UNOS A OTROS; COMO YO LOS HE AMADO"


Este amor es el fundamento y germen del Reino nuevo que Cristo ha venido a inaugurar. Es este amor el que todo lo hace nuevo e inaugura ya en esta tierra un pueblo nuevo, una comunidad de personas que ha de distinguirse ante todos por el amor que se tienen los unos a los otros. Este reino inaugurado por el Señor en la tierra aguarda su consumación en el cielo nuevo y la tierra nueva en los que Dios y los hombres vivirán en plena comunión.
¿Pero por qué dice Jesús que este mandamiento es “nuevo”? ¿Dónde está la novedad, si el mandamiento del amor al prójimo ya existía en la Ley antigua? (ver Lev 19,18). La novedad está en el modo de amar, la novedad está en amar como Cristo nos amó, es decir, en amar con su mismo amor. El Señor Jesús es modelo y fuente del amor que reconcilia y renueva al ser humano, del amor que hace de él una nueva criatura, del amor que se convertirá en el distintivo de sus discípulos: «En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros».




domingo, 17 de abril de 2016

IV DOMINGO DE PASCUA "EL BUEN PASTOR"

Jesús nos dice con firmeza y ternura:"Pequeña oveja, estás en mis manos, nadie te arrebatará, yo me encargo de ti". Estar en las manos de Dios es lo mejor que nos puede pasar.




domingo, 10 de abril de 2016

III DOMINGO DE PASCUA. «Pedro, ¿me amas más que éstos?»

San Pedro fue un gran amante de Nuestro Señor. Falló una vez y le negó, todos lo sabemos y él jamás lo olvidaría. Pero después de ese suceso penoso hizo su fuerte resolución de jamás abandonar al Maestro. Jesús no duda del amor de su "Roca", pero le hace un triple examen para poderle repetir tres veces cómo quiere él que le demuestre su afecto. "Me amas. Apacienta mis ovejas".

Muchas formas ingeniosas podemos idear para manifestar nuestro amor, pero siempre será mucho más acertada aquella que nuestra persona amada nos ha confiado que le gusta más. Desde entonces San Pedro tuvo muy claro que amar a su grey -todos los cristianos- era lo mismo que amar a su Maestro, y que si quería darle su vida debía darla a sus ovejas. Lo importante siempre es hacer lo que Dios quiere y como Él lo quiere.




domingo, 3 de abril de 2016

SEÑOR DE LA DIVINA MISERICORDIA

El Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (….). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299).
Purifican el alma los sacramentos del bautismo y de la penitencia, mientras que la alimenta plenamente la Eucaristía. Entonces, ambos rayos significan los sacramentos y todas las gracias del Espíritu Santo cuyo símbolo bíblico es el agua y también la nueva alianza de Dios con el hombre contraída en la Sangre de Cristo.
A la imagen de Jesús Misericordioso se le da con frecuencia el nombre de imagen de la Divina Misericordia. Es justo porque la Misericordia de Dios hacia el hombre se reveló con la mayor plenitud en el misterio pascual de Cristo.


domingo, 27 de marzo de 2016

miércoles, 6 de enero de 2016

EPIFANÍA DEL SEÑOR



 El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del "Rey de los judíos". Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).